Capítulo 8

Llegamos a casa de Vero en la misma posición que habíamos llevado todo el camino. Entonces él se separó de mí, abrió la puerta del jardín y me dejó pasar. Vero ya estaba en la puerta esperándonos: vestía una blusa larga verde sin tirantes y unos pantalones muy cortos y negros que apenas se veían a causa de la blusa. Un momento... ¿verde?
- ¡Vero!
- ¡¿Qué?!
- Oh, Dios mío. ¡Las dos vamos vestidas de verde!- yo llevaba un mini-vestido del mismo tono que la blusa de Vero.
- Rápido, ¿qué hora es?
- Las once menos cuarto.- intervino Álvaro.
- Pues entremos deprisa en mi casa y me cambio lo antes posible.
Teníamos apenas cuarto de hora para revestir a Vero y llegar a tiempo con el resto de los amigos, es decir, misión imposible.
Corrimos a toda velocidad al vestidor de Vero y dejamos a Álvaro tras la puerta metiéndonos prisa. A los diez minutos de esto, Vero y yo salimos del vestidor ya decentemente conjuntadas (ella de amarillo y yo de verde) y nos encontramos al pobre Álvaro desesperado contando los pocos minutos que nos quedaban.
Salimos de la casa, ella se quitó los zapatos, y él me cargó sobre su espalda. El resultado, una chica corriendo descalza en medio de la calle y otros dos individuos a caballo y gritando a la desesperada.
A los quince minutos (llegábamos tarde) por fin nos encontrábamos en el parque donde nos reuníamos a menudo todos los amigos. Nos sentamos en el césped, y comenzamos a reír a carcajadas.
- Ester.-
- ¿Qué?.- paré de reírme en seco, sabía quién me estaba hablando.
- Estás muy guapa hoy.- mientras su mano me ayudaba a levantarme del césped, le respondí:
- Muchas gracias, Hugo.- miré a Vero, que me sonrió.
- Yo creo que en lugar de estar toda la noche estrechándonos la mano, podríamos darnos dos besos.- se rió.
Nos besamos una vez en cada mejilla, pero aún no nos habíamos soltado las manos, y así comenzamos a atravesar el parque, hasta que ya no hubieron personas que nos molestaran en un radio de cincuenta metros.
- ¿Sabías que el verde te sienta genial?- dijo mientras nos sentábamos despacio sobre la hierba.- Hace juego con tus ojos.
- ¿De verdad? Pero mis ojos no son verdes. Mi amiga Vero dice que son más bien "ambarinos".- comencé a reír.
Pero entonces él me cayó con un suave beso.

Capítulo 7

Habían pasado tres días desde que ocurrió aquel incendio que había destrozado parte de nuestra casa. Nuestra vecina, Puri, y sus hijos nos trataban como si fuéramos parte de su familia. Álvaro, Miguel y yo nos habíamos hecho muy amigos, pero necesitaba a Vero. No la había visto desde la fiesta en la piscina, así que propuse a mis agradables vecinos conocer a mi mejor amiga.
Eran alrededor de las seis de la tarde cuando llegamos a su casa, mucho más amplia que la casa en la que me hospedaba. Sonreí, suspiré y llamé al timbre mientras el pequeño se recolocaba a mi derecha y el mayor a mi izquierda.
- ¡Ester!
- ¡Vero!- nos fundimos en un cálido abrazo.
- Ya me han contado lo del incendio... No sabes cuanto lo siento.
- No importa, porque ahora estoy viviendo en casa de mis vecinos.- a continuación, presenté.
Pasamos a casa de Vero, y charlamos durante unas largas 3 horas, hasta que nos dimos cuenta de que Miguel debía haber estado hacía media hora en casa.
Miguel, Álvaro y yo corrimos como nunca lo habíamos hecho. Si de nuevo queríamos volver a casa de Vero debíamos darnos prisa.
- Son más de las nueve.- dijo Puri, que se encontraba en la puerta de la casa esperando nuestra llegada.
- Sí... lo sabemos... lo siento.- Álvaro siempre sabía como conmover a su madre, y una vez más lo había conseguido.
Tras la cena Álvaro y yo volvimos a salir hacia la casa de Vero. Se habían caído bien, y eso era bastante satisfactorio.
Cuando ya llevábamos unos metros andados, comenzó nuestra conversación sobre el frescor de la noche y las estrellas que la acompañaban. Entonces, Álvaro pasó suavemente uno de sus brazos alrededor de mi cintura y yo apoyé mi cabeza sobre su hombro izquierdo. Estaba cómoda, me sentía bien. En los tres días en los que ellos me habían recogido en sus casa había logrado gran confianza con cada miembro de su familia; podría permitirme caminar así por la calle. Por primera vez no me importaba lo que la gente con la que nos cruzábamos pensase, aquella posición era agradable, eso era lo que importaba. Giré mi cabeza hacia la suya, nos miramos, y su rostro dibujó una sonrisa tan blanca como la Luna que iluminaba aquella noche.

Capítulo 6

- ¡Ester!- ¿Qué era eso? ¿Quién osaba perturbar mi sueño?- ¡Ester!
Me levanté muy enfadada, no me gustaba en absoluto que me despertasen a gritos.
- ¿Qué pasa?- grité desde mi cuarto al piso de abajo.
- ¡No cojas nada! ¡Sal corriendo y no cojas nada!- los aullidos de mi madre no eran de enfado, sino de miedo.
- Pero, ¿qué está pasando?- estaba confusa.
Bajé rápidamente las escaleras y lo entendí todo. No me dio tiempo a más. Mi madre me cogió del brazo y corrió conmigo.
Salimos a la calle, donde nos esperaba mi padre, que había perdido gran parte de la ropa y se encontraba en un estado medianamente lamentable.
- El incendio está controlado.- dijo mientras se sentaba en el suelo.
Las llamas habían arrasado prácticamente todo el piso de abajo, pero todos estábamos bien. Abracé a mi madre y me senté en el suelo de la calle, frente a una veintena de curiosos que se habían acercado allí. Repasé sus rostros uno a uno; se encontraban todos los vecinos y varias personas que jamás había visto.
Una de las vecinas se acercó a mí, me cubrió los hombros con una manta suave y cálida y me llevó reposadamente a su casa mientras el resto de su familia hacía lo similar con mis padres. Entonces, empecé a oír a lo lejos la sirena de los bomberos.
Entré en casa de Puri, la vecina, de unos 50 años, divorciada y con dos hijos, Álvaro y Miguel, de 16 y 12 años respectivamente. Puri era la más amable de las vecinas, siempre estaba dispuesta a hacer todo lo que la pidiesen. Era... mi vecina preferida.
Me llevó a la habitación de uno de sus hijos y, por la decoración intuí que se trataba del cuarto de Miguel. Era todo mucho más pequeño que en mi casa, pero era cómodo y reconfortable al fin y al cabo. Me tumbé en su cama, y al momento apareció Miguel, al que no veía apenas, a hacerme compañía y darme conversación.
Las sirenas de los bomberos se apagaron. Por fin habían extinguido el fuego.

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