Capítulo 18 + 2 nuevas encuestas

"Pom, pom, pom."
Algo retumbaba en mi cabeza, algo que, por supuesto, no me resultaba demasiado agradable.
"Ñiiiii..."
Abrí un ojo perezosamente, y lo volví a cerrar cuando me encontré la cara de mi madre en primer plano.
- ¿Qué haces aquí?- dije mientras me tapaba por completo con mi sábana de lunares (mi preferida, la más blandita y suave... las había echado mucho de menos el tiempo en el que había vivido en casa de Vero).
- Vengo a decirle "buenos días" a mi hijita predileta.
- Vale, ya lo has hecho. Ahora vete.
- Bueno... ya se nos ha despertado la niña de mal humor. - dijo mi madre mientras se alejaba de mi cama, hacia la puerta de mi cuarto. - Espero que no sigas así de malhumorada durante tu presentación.
¿Mi presentación? ¡Sí! Era el día. El día en el que ya me podrían calificar oficialmente como "estudiante de bachillerato de humanidades".
Me levanté de un salto. En la silla de mi escritorio había colocado, la noche anterior, la ropa que me iba a poner esa mañana, algo que llamase la atención, pero discretito al mismo tiempo: una camiseta roja, de manga corta, con un hombro caído, unos pantalones vaqueros grises (que no eran mis preferidos, pero eran los que mejor combinaban con la camiseta) una rebeca negra y unas botas rojas hasta la rodilla. Iba a triunfar.
Ya lo estaba imaginando: entraría en el aula pisando fuerte, todo el mundo me miraría y cuchichearía a mi al rededor. Al principio me molestaría, pero luego me sentiría tan orgullosa... Sí, está científicamente comporbado que a veces se me va la cabeza a una nube de fantasía, a un mundo súper feliz... porque, desde luego, mi entrada no fue tan triunfal como esperaba.
Salí de casa con la cabeza bien alta, y con la cabeza bien alta llegué a la parada del autobús. Era la primera vez que montaba en bus para ir al instituto, ya que ahora debía trasladarme para llegar al centro. Allí me encontré con unas quince personas. Todas hablaban entre ellas, se divertían. En cambio yo, en un rincón, esperaba sola e impaciente a que el autobús llegara.
Una vez llegó el bus (con retraso) enseñé a la conductora mi bono de transportes y me fui a sentar detrás del todo. No me gustaba sentarme atrás, pero, al parecer, resultaba más "guay". Por suerte estaba prácticamente vacío, pues era la primera parada. Pero a partir de entonces, decenas y decenas de estudiantes comenzaron a adquirir sitios. Yo aún estaba sentada sola, al final del autobús, mientras que el resto de los asientos ya habían sido ocupados. Pero entonces, un chico se aproximó a mí y se sentó a mi lado (sí, no había más sitios libres pero, ¡que se hubiera quedado de pie!) y su amigo se sentó delante suya.
- Hola. - dijo el chico sonriente.
Yo no contesté. Me limité a ponerme los cascos y escuchar la música de mi móvil.
Qué vergüenza. Aquellos chavales hablando y yo ahí, sola, a su lado cotilleando su conversación sobre carreras de coches. Fueron uno de los treinta minutos más horribles de mi vida.
Por fin llegamos al centro. ¡Por fin! Cogí mi bandolera y me dispuse a buscar el aula cincuenta y seis, y, una vez la hube encontrado, entré en la clase con fuerza y valor.
- Buenos días. - el profesor interrumpió mi entrada triunfal. Era joven, de unos treinta años, pero tenía una voz tan profunda que me recordó a un hombre de sesenta. - Busque sitio rápido y no interrumpa más.
Le miré por encima del hombro, levantando una ceja. Él no me daría órdenes, pero esa era mejor acatarla. Con lo cual, empecé a observar el aula desde una esquina: mesas colocadas de dos en dos. ¡Mierda! ¿Por qué no serían individuales? Ahora tendría que escoger un compañero. Recorrí con mi mirada cada pupitre: ocupado... ocupado... ocupado... ¡libre! dos asientos contiguos libres, podría sentarme sola. Ocupé un sitio y mi bandolera ocupó otro. Pero todo cambiaría cuando Vero entrase por la puerta, y no tuviera más remedio que sentarse en el sitio que mi mochila había ocupado.

¡No puedo escribir!

Hola, chicas. Si, se que es miércoles y que aún no he escrito. ¿Por qué? La razon tiene dos ojos, dos piernas, muy mala leche y la suelo llamar "mama".
¡Me ha castigado sin ordenador!
Espero que me entendáis. Escribiré lo antes posible. Todas sabéis qué es una madre y los castigos que pone.
Lo siento.
¡Escribiré pronto!

Capítulo 17

Habían pasado dos semanas, y Vero y yo nos hablábamos lo justo. Incluso me sentía incómoda viviendo con ella, pero era mi amiga, quería seguir en su casa.
Hugo y yo teníamos una relación extraña: ¿estábamos juntos? ¿éramos novios? No lo sabía. Él opinaba que era demasiado pronto para mantener un noviazgo serio, así que de vez en cuando quedábamos y nos comportábamos como novios, nos besábamos y nos pasábamos el día abrazados mientras mis amigas se morían de la envidia, pero realmente no éramos pareja. Si quería algo con Hugo, debía mantenerme en esa situación extraña y esperar a que cambiase de opinión. Por él no me importaba esperar.
El día anterior al comienzo del curso me encontraba en casa de Vero, concretamente en el estudio, preparando mi nueva mochila (verde, por supuesto) y pensando en qué rayos me pondría en uno de los días más trascendentales de mi curso en primero de bachillerato de humanidades. Vero y Álvaro estaban en el cuarto de ésta jugando a algún juego de mesa en el que yo no había querido participar. Oía las risas. Quería jugar, pero tenía cosas más importantes en la cabeza.
Entonces, oí como Vero y Álvaro salían estrepitosamente de la habitación hacia el pasillo, golpeando rápidamente con sus pies descalzos contra el impecable parquet; sus risas me hicieron mostrar una mueca alegre en mi rostro, que en seguida desapareció cuando abrieron de golpe la puerta del estudio. Álvaro portaba a caballito a Vero, que, llorando de risa se echó hacia atrás su rubísimo y alocado cabello me preguntó si quería unirme a la juerga. Les miré. Estaban tan felices, eran la pareja perfecta, y me surgió una duda: "¿realmente deseo mantenerme en una situación poco agradable para mí para estar cerca del chico perfecto pudiendo encontrar personas menos perfectas pero que puedan hacerme más feliz?".
Solté la mochila verde, me levanté veloz del suelo, borré temporalmente todos mis problemas, todos mis errores, Hugo, y corrí hacia el caballo y su jinete tirándolos al suelo entre risas.
- ¡Guerra de cosquillas!- gritó Álvaro mientras se abalanzaba sobre nosotras.
Aquellos momentos eran los que me hacían sentir realmente feliz, que había gente que me apreciaba, que me quería. Pero, en uno de estos ataques, Vero saltó sobre Álvaro acorralándole contra el suelo, y le dio un beso. Un beso tan profundo, tan sentido... Él, apoyado sobre el frío parquet la abrazaba fuertemente y la acariciaba la espalda; ella le rozaba tocaba su pelo enredando en sus dedos lentamente cada mechón. Los besos con Hugo eran mejores.
- Yo ya me he cansado de jugar a esto- dije, y los tortolitos se giraron sorprendidos hacia mí.
- Anda, anda, tonta. ¡Si lo estamos pasando genial!- y Vero saltó sobre mí golpeándome desintencionadamente contra la pared del pasillo.
- ¿Qué rayos haces, bruta?- grité tras haberla apartado violentamente y haberme puesto la mano en la cabeza, en señal de dolor, aunque únicamente sentía alguna que otra molestia. Está científicamente comprobado, que quien me golpea contra una pared no sale bien parado, así que me levanté y miré a Vero, que me observaba sorprendida.
- Yo... lo siento mucho. No quería darte.
- ¡No mientas! Sé que lo has hecho a propósito para que me fuera y dejarte tranquila con tu noviete. Pues en vez de hacerme daño, ¿por qué no me echas de tu casa y te olvidas de mí?- Vero se levantó irritada, se puso frente a mí y me miró con sus ojos marinos, llorosos, diciendo:
- Porque no puedo echar ni olvidar a una hermana.
Me giré y me dirigí hacia el estudio, y sin mirarla si quiera a la cara, con un movimiento de melena dije:
- Pues ya te demuestro yo cómo se hace: porque tu hermana se marcha otra vez a casa de sus padres.- y un portazo retumbó por todo el chalet, después de que yo empujase con todas mis fuerzas la puerta del cuarto.

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