Capítulo 18 + 2 nuevas encuestas

"Pom, pom, pom."
Algo retumbaba en mi cabeza, algo que, por supuesto, no me resultaba demasiado agradable.
"Ñiiiii..."
Abrí un ojo perezosamente, y lo volví a cerrar cuando me encontré la cara de mi madre en primer plano.
- ¿Qué haces aquí?- dije mientras me tapaba por completo con mi sábana de lunares (mi preferida, la más blandita y suave... las había echado mucho de menos el tiempo en el que había vivido en casa de Vero).
- Vengo a decirle "buenos días" a mi hijita predileta.
- Vale, ya lo has hecho. Ahora vete.
- Bueno... ya se nos ha despertado la niña de mal humor. - dijo mi madre mientras se alejaba de mi cama, hacia la puerta de mi cuarto. - Espero que no sigas así de malhumorada durante tu presentación.
¿Mi presentación? ¡Sí! Era el día. El día en el que ya me podrían calificar oficialmente como "estudiante de bachillerato de humanidades".
Me levanté de un salto. En la silla de mi escritorio había colocado, la noche anterior, la ropa que me iba a poner esa mañana, algo que llamase la atención, pero discretito al mismo tiempo: una camiseta roja, de manga corta, con un hombro caído, unos pantalones vaqueros grises (que no eran mis preferidos, pero eran los que mejor combinaban con la camiseta) una rebeca negra y unas botas rojas hasta la rodilla. Iba a triunfar.
Ya lo estaba imaginando: entraría en el aula pisando fuerte, todo el mundo me miraría y cuchichearía a mi al rededor. Al principio me molestaría, pero luego me sentiría tan orgullosa... Sí, está científicamente comporbado que a veces se me va la cabeza a una nube de fantasía, a un mundo súper feliz... porque, desde luego, mi entrada no fue tan triunfal como esperaba.
Salí de casa con la cabeza bien alta, y con la cabeza bien alta llegué a la parada del autobús. Era la primera vez que montaba en bus para ir al instituto, ya que ahora debía trasladarme para llegar al centro. Allí me encontré con unas quince personas. Todas hablaban entre ellas, se divertían. En cambio yo, en un rincón, esperaba sola e impaciente a que el autobús llegara.
Una vez llegó el bus (con retraso) enseñé a la conductora mi bono de transportes y me fui a sentar detrás del todo. No me gustaba sentarme atrás, pero, al parecer, resultaba más "guay". Por suerte estaba prácticamente vacío, pues era la primera parada. Pero a partir de entonces, decenas y decenas de estudiantes comenzaron a adquirir sitios. Yo aún estaba sentada sola, al final del autobús, mientras que el resto de los asientos ya habían sido ocupados. Pero entonces, un chico se aproximó a mí y se sentó a mi lado (sí, no había más sitios libres pero, ¡que se hubiera quedado de pie!) y su amigo se sentó delante suya.
- Hola. - dijo el chico sonriente.
Yo no contesté. Me limité a ponerme los cascos y escuchar la música de mi móvil.
Qué vergüenza. Aquellos chavales hablando y yo ahí, sola, a su lado cotilleando su conversación sobre carreras de coches. Fueron uno de los treinta minutos más horribles de mi vida.
Por fin llegamos al centro. ¡Por fin! Cogí mi bandolera y me dispuse a buscar el aula cincuenta y seis, y, una vez la hube encontrado, entré en la clase con fuerza y valor.
- Buenos días. - el profesor interrumpió mi entrada triunfal. Era joven, de unos treinta años, pero tenía una voz tan profunda que me recordó a un hombre de sesenta. - Busque sitio rápido y no interrumpa más.
Le miré por encima del hombro, levantando una ceja. Él no me daría órdenes, pero esa era mejor acatarla. Con lo cual, empecé a observar el aula desde una esquina: mesas colocadas de dos en dos. ¡Mierda! ¿Por qué no serían individuales? Ahora tendría que escoger un compañero. Recorrí con mi mirada cada pupitre: ocupado... ocupado... ocupado... ¡libre! dos asientos contiguos libres, podría sentarme sola. Ocupé un sitio y mi bandolera ocupó otro. Pero todo cambiaría cuando Vero entrase por la puerta, y no tuviera más remedio que sentarse en el sitio que mi mochila había ocupado.

¡No puedo escribir!

Hola, chicas. Si, se que es miércoles y que aún no he escrito. ¿Por qué? La razon tiene dos ojos, dos piernas, muy mala leche y la suelo llamar "mama".
¡Me ha castigado sin ordenador!
Espero que me entendáis. Escribiré lo antes posible. Todas sabéis qué es una madre y los castigos que pone.
Lo siento.
¡Escribiré pronto!

Capítulo 17

Habían pasado dos semanas, y Vero y yo nos hablábamos lo justo. Incluso me sentía incómoda viviendo con ella, pero era mi amiga, quería seguir en su casa.
Hugo y yo teníamos una relación extraña: ¿estábamos juntos? ¿éramos novios? No lo sabía. Él opinaba que era demasiado pronto para mantener un noviazgo serio, así que de vez en cuando quedábamos y nos comportábamos como novios, nos besábamos y nos pasábamos el día abrazados mientras mis amigas se morían de la envidia, pero realmente no éramos pareja. Si quería algo con Hugo, debía mantenerme en esa situación extraña y esperar a que cambiase de opinión. Por él no me importaba esperar.
El día anterior al comienzo del curso me encontraba en casa de Vero, concretamente en el estudio, preparando mi nueva mochila (verde, por supuesto) y pensando en qué rayos me pondría en uno de los días más trascendentales de mi curso en primero de bachillerato de humanidades. Vero y Álvaro estaban en el cuarto de ésta jugando a algún juego de mesa en el que yo no había querido participar. Oía las risas. Quería jugar, pero tenía cosas más importantes en la cabeza.
Entonces, oí como Vero y Álvaro salían estrepitosamente de la habitación hacia el pasillo, golpeando rápidamente con sus pies descalzos contra el impecable parquet; sus risas me hicieron mostrar una mueca alegre en mi rostro, que en seguida desapareció cuando abrieron de golpe la puerta del estudio. Álvaro portaba a caballito a Vero, que, llorando de risa se echó hacia atrás su rubísimo y alocado cabello me preguntó si quería unirme a la juerga. Les miré. Estaban tan felices, eran la pareja perfecta, y me surgió una duda: "¿realmente deseo mantenerme en una situación poco agradable para mí para estar cerca del chico perfecto pudiendo encontrar personas menos perfectas pero que puedan hacerme más feliz?".
Solté la mochila verde, me levanté veloz del suelo, borré temporalmente todos mis problemas, todos mis errores, Hugo, y corrí hacia el caballo y su jinete tirándolos al suelo entre risas.
- ¡Guerra de cosquillas!- gritó Álvaro mientras se abalanzaba sobre nosotras.
Aquellos momentos eran los que me hacían sentir realmente feliz, que había gente que me apreciaba, que me quería. Pero, en uno de estos ataques, Vero saltó sobre Álvaro acorralándole contra el suelo, y le dio un beso. Un beso tan profundo, tan sentido... Él, apoyado sobre el frío parquet la abrazaba fuertemente y la acariciaba la espalda; ella le rozaba tocaba su pelo enredando en sus dedos lentamente cada mechón. Los besos con Hugo eran mejores.
- Yo ya me he cansado de jugar a esto- dije, y los tortolitos se giraron sorprendidos hacia mí.
- Anda, anda, tonta. ¡Si lo estamos pasando genial!- y Vero saltó sobre mí golpeándome desintencionadamente contra la pared del pasillo.
- ¿Qué rayos haces, bruta?- grité tras haberla apartado violentamente y haberme puesto la mano en la cabeza, en señal de dolor, aunque únicamente sentía alguna que otra molestia. Está científicamente comprobado, que quien me golpea contra una pared no sale bien parado, así que me levanté y miré a Vero, que me observaba sorprendida.
- Yo... lo siento mucho. No quería darte.
- ¡No mientas! Sé que lo has hecho a propósito para que me fuera y dejarte tranquila con tu noviete. Pues en vez de hacerme daño, ¿por qué no me echas de tu casa y te olvidas de mí?- Vero se levantó irritada, se puso frente a mí y me miró con sus ojos marinos, llorosos, diciendo:
- Porque no puedo echar ni olvidar a una hermana.
Me giré y me dirigí hacia el estudio, y sin mirarla si quiera a la cara, con un movimiento de melena dije:
- Pues ya te demuestro yo cómo se hace: porque tu hermana se marcha otra vez a casa de sus padres.- y un portazo retumbó por todo el chalet, después de que yo empujase con todas mis fuerzas la puerta del cuarto.

Capítulo 16

Era tan... especial.
Separé mis labios de los suyos y miré al suelo mientras él me acariciaba la cara. Sus suaves manos recorrieron primero mi rostro, despacio, bajaron después por mis hombros y finalmente acariciaron mis brazos mientras un leve escalofrío invadía mi cuerpo. Entrelazamos nuestros dedos y yo apoyé mi cabeza sobre su pecho. Tan romántico, tan perfecto... era como un sueño. Todas las chicas desean esto: un beso especial, con sus caricias, con cariño, pero prácticamente ninguna lo consigue: apenas obtiene un beso brusco, mientras la lengua de su pareja le atraviesa de lado a lado la garganta y sus manos agarran fuertemente su trasero.
Pero mi momento no era así. Sentía... que había ganado. El beso que Vero siempre quiso tener y jamás tuvo lo había vivido yo. Ella tenía que conformarse con Álvaro, que sí, era guapo y muy simpático, pero que jamás llegaría a ser como Hugo. Seguramente mi vida cambiaría, todo el mundo querría estar en mi lugar.
Volví al mundo real. Separé mis manos de las de Hugo y me aparté, quería verle la cara. Esa tarde estaba guapísimo: llevaba el pelo de punta y una camiseta verde, ajustada. Sus ojos grises reflejaban toda la belleza que también tenía en su interior.
- ¿Nos vamos?- dije yo, percatándome de que Vero nos observaba desde la ventana de su cuarto, aún con lágrimas en los ojos.
- Donde y cuando tú quieras. - contestó él, sonriendo.
Me acercó al él y me agarró de la cintura mientras yo, con mi mano izquierda, me apoyaba en su hombro acariciándole el cuello y, con mi mano derecha, levantaba el tercer dedo en dirección a Vero que, al verlo, gritó y de nuevo golpeó la pared.

Cambio de Día

¡Noticias! Cambio de día.
A partir de ahora escribiré los domingos.
¡Gracias por aguantar todo este desbarajuste y... recomendadlo!

Capítulo 15

- ¿A las 6 y media?
- Sí, ¿puedes?
- Claro, claro.
- ¿Con quien hablas, Ester?
- Con nadie, ya cuelgo.
Vero se acercó a mí con una mirada perversa y varios libros en la mano.
- ¿Qué hacías? ¿Tú no sabes lo que nos van a cobrar por el teléfono?
- ¡Lo siento! ¡Era importante!
- ¿Importante? Llevas casi cuatro horas hablando con Hugo por mi teléfono.-y remarcó la palabra "mí".- En serio, a mi madre se le pueden cruzar los cables y echarte de casa. Además, ¿para qué vas a hablar tanto si luego no me lo cuentas?- y cambió su semblante enfadadísimo por una sonrisilla picarona.
- Hemos quedado.
- ¿Que habéis quedado? Ester, llevabas casi tres semanas sin pensar en él. ¿Por qué lo haces ahora?- no contesté. Dejé el teléfono en la mesilla de noche, me volví hacia el espejo y empecé a atusarme el pelo mientras veía el reflejo de Vero. - Espera, ¿cuándo habéis quedado?
- Esta tarde.
- ¿Esta tarde?- Vero arrojó los libros al suelo, y me dio la vuelta para mirarme a la cara.- Habíamos quedado tú y yo. Nuestra salida de amigas, sólo tú y yo. Si Álvaro, sin Hugo.
Hubo silencio. No quise hablar. Sólo me mantenía mirando fijamente sus ojos verdosos reflejantes de ira. Me volví al espejo y recogí mi cabello en una simple pero bonita coleta.
- No voy a perder la oportunidad.- me aparté del espejo y me dirigí hacia el armario mientras mi supuesta mejor amiga me seguía con la mirada; una vez allí, cogí la falda más corta y la camiseta más verde que encontré.
- ¿Qué oportunidad? ¿La de estar con un chico que te está arruinando la vida sin que te des cuenta?- el tono de voz de Vero aumentaba por cada palabra que decía. Yo, sin inmutarme demasiado, me vestí, me calcé y abrí la puerta con intención de irme hacia la calle.
- Me voy, Vero. Te veo luego.
- Has cambiado.
Miró hacia abajo, yo salí y cerré la puerta detrás mía. A continuación, un horrible sonido sacudió toda la casa. No me preocupé. Era Vero golpeando la pared. Tras esa dulce cara angelical se escondía una gran bestia que, al mínimo contratiempo, golpeaba lo que o el que estuviera delante suyo.
Hugo me esperaba en la puerta del jardín, apoyado pacíficamente en la verja que rodeaba la casa. Al verme, hizo un gesto preguntándome por el estruendo del interior. Yo sólo me limité a responder: - Es una amargada.
Sonreí, sonrió. Me agarró de la cintura, me apoyé sobre sus hombros.
- ¿Quieres que te bese?- preguntó.
Pero yo le besé primero.

¡NOTICIA!

¡Reanudo el blog el jueves 19 de noviembre!
Voy a darle una segunda oportunidad al blog, publicaré el capítulo 15 (si nada lo impide) el jueves 19 de noviembre. Puede que a partir de entonces haga un cambio de días, pero eso ya se sabrá en su momento.
¡Gracias por vuestro apoyo! =D

Noticias Importantes

Habréis comprobado que el jueves pasado no escribí; bien, era una prueba. Tras algunas semanas de decepción y de darle muchas vueltas a la cabeza he llegado a una CASI conclusión.
Llevo catorce semanas escribiendo y me siento realmente decepcionada, porque apenas gente sigue el blog, y aunque los que lo seguís sois unas fans fantásticas, me siento muy frustrada.
Dejé un jueves de escribir para comprobar quién comentaría para quejarse: dos personas pidiendo el capítulo quince.
Creo que ya sabéis por donde voy: seguramente dejaré el blog.
Merece la pena escribir para seguidoras tan especiales como vosotras, pero es especialmente frustrante que tras catorce semanas de blog apenas nadie lo lea.
Bien, la decisión aún no está tomada del todo.
Dejad comentarios y opinad, por favor, depende de vosotras.
Si al final dejase el blog, también pensaría seriamente el desvelar el final o dejarlo a vuestra imaginación, pero para eso aún queda mucho.
---o---
Eso es todo... comentad por favor.

Capítulo 14

La noche transcurrió fantásticamente. Puede que no fuera la pareja sentimental de Hugo, pero era su pareja de baile, su pareja de risas, su pareja de... ¿copa? No estaba borracha. Quizá un poco chispa, pero sabía perfectamente lo que hacía y era dueña de mis actos.
El bolso empezó a vibrar mientras Hugo y yo reíamos sentados en una de las mesas del pub. Lo abrí y me di cuenta de que Vero me estaba llamando desde hacía un buen rato; entonces me percaté de que Álvaro y Vero ya no seguían en el pub. Seguramente se habrían cansado y estarían en casa.
- ¿Diga?
- ¡Hola, Ester! ¿Dónde estás?
- Aún en el pub.- dije mientras subía progresivamente la voz.
- ¿Aún? Yo estoy en casa desde hace un rato. ¿No has mirado que hora es? Mi madre me va a matar como llegues a casa demasiado tarde.
- ¿La hora?- miré un momento el reloj.- ¡Las cuatro y media! Vale, ya voy.
Hugo me miró y yo le dediqué una mueca.
- ¿Te vas?
- Sí.
- ¿Te llevo en moto?- dijo Hugo mientras me mostraba las llaves. Mis ansias me decían "¡sí, sí!" pero ahí estaba mi conciencia para intentar hacerme cambiar de opinión: "Ester, ha bebido. ¿Tú crees que es seguro montarte en la moto de un chico casi ebrio al que conociste hace un mes?"
- ¡Vale!
Salimos del recinto, y noté mucho el cambio de temperatura.
- Tienes frío... ¿quieres mi chaqueta?- mis ansias me decían de nuevo "¡sí, sí! y, en esta ocasión mi conciencia corroboró: "¡sí, sí!"
- ¡Sí, sí!
- ¿Sabes qué?- me dijo mientras se quitaba despacio la chaqueta mostrando de nuevo aquella camisa que tanto le favorecía.- Estabas muy simpática bailando, y muy sexy mientras mordías la manzana.
Por suerte, tuve tiempo para ponerme el casco y disimular el enrojecimiento de mis mejillas.
Nos montamos en la moto y emprendimos el camino hacia casa de Vero. Hugo controlaba bien la moto a pesar de su estado de embriaguez, su forma de conducir me daba seguridad, pero, claro, está científicamente comprobado que mi conciencia no sabe estar callada: "Si tenéis un accidente, recuerda que te lo avisé".
En media hora ya estábamos en la puerta del jardín, así que dí dos besos a Hugo y llamé al móvil de Vero para no despertar a su familia, que automáticamente me abrió la puerta y me acompañó a nuestra habitación compartida.
- Ester.- dijo Vero mientras se ponía el pijama, ¡cómo lo sabía! tenía muy claro que Vero se comportaría como mi madre y me echaría la bronca.
- ¿Qué me vas a decir? ¿Que Hugo no me conviene?
- Puede, pero lo importante es que has cambiado: jamás has bebido, nunca habrías vestido dos semanas enteras de verde sólo porque un chico mayor que tú dice que hace bonito con tus ojos, nunca habrías montado en la moto de alguien borracho. Te comportas diferente. No eres tú. Seguramente el coma etílico lo pasaste por culpa de Hugo
- Sí soy yo. Quizás eres tú la que ha cambiado, "mamá".
Ese comentario hirió profundamente a Vero, que se metió en seguida en la cama y apagó la luz. Yo, me tapé la cabeza con las sábanas después de coger un boli y una pequeña libreta. Estaba realmente irritada: no me explicaba como mi mejor amiga se comportaba como si fuera mi tutora legal, y está cientifiquísicamente comprobado que cuando me enfado, una de dos, o escribo poemas quejándome del mundo o pedaleo horas en la bici estática; y, como no había ninguna bici estática, comencé a escribir mis penas en verso: ¿Para qué rayos tener una amiga, si tienes que hacer lo que ella te diga?...

¡MIL VISITAS!

Mil visitas... ¡¿quién lo iba a decir?! Bueno, puede que esto os parezca una tontería, pero quería dar las gracias a todas las seguidoras que cada jueves os plantáis delante del ordenador para soportar mi historia. Me alegro mucho que, aunque son pocas las personas que leen el blog, son tan simpáticas como Albita, Yass, Mayte, LuLu, MaGGie... Muchas gracias. Seguid leyendo el blog, comentad, recomendadlo y hacedme llegar a las dos mil visitas.
¡Un beso!

Capítulo 13

Tras media hora de camino y de actuar como "sujetavelas" empezó a rugirme el estómago. Estaba científicamente comprobado que a cada momento de ansiedad o nerviosismo me entraban unas ganas terribles de comer. Así que saqué una manzana de mi bolso y empecé a comer. Vero y Álvaro me miraron extrañados y comenzaron a reírse.
- ¿Y qué tiene de gracioso?- dije yo enfadada.- Vosotros os coméis los morros, y yo me como una manzana.- Automáticamente la expresión de sus rostros cambió.
- Si quieres volvemos a casa, eh.- dijo Vero en tono amenazante, pero me dí cuenta de que mi reacción no había sido justa.
- ¡Lo siento! ¡No quería decir eso! ¡No quería que os ofendiérais!
- ¡Pero lo has dicho!- dijo Vero buscando pelea.
- Da igual, Ester.- menos mal que ahí estaba Álvaro para calmarnos. De no ser así, Vero ya me habría roto la nariz. Esa era su forma de librarse de los problemas, con un puñetazo. Un único puñetazo sorprendente, dado su angelical aspecto.
Seguimos caminando, y yo comiendo al mismo tiempo. Vero y yo nos mirábamos de vez en cuando y respondíamos a algunos comentarios, nada más. Esta noche iba a ser muy dura.
Al poco tiempo llegamos al pub más frecuentado por los jóvenes de la ciudad. En la puerta, esperando, estaba Hugo: vestido con una camisa negra que resaltaba, aunque no en exceso, su cuerpo de dios griego. Mordí la manzana -riquísima por cierto- pensando que me daría tiempo a tragarla antes de que tuviera que saludar a Hugo, pero no: Vero y Álvaro aceleraron el paso y yo no tuve más remedio que alcanzarles y ser la primera saludada.
- Hola, Ester, ¿qué tal?- dijo mostrando su perfectísima dentadura.
- Hola...- posiblemente fue uno de los momentos más horribles de mi vida. Vale, él no se percató del todo, pero le había saludado con la voz de ogro típica de cuando tienes la boca llena. Daría cualquier cosa por volver atrás en el tiempo y cambiar ese momento.
La noche transcurrió con normalidad. Vero y yo fuimos retomando conversaciones a lo largo de la noche hasta que olvidamos el altercado sucedido.
A partir de las doce y media de la noche, Álvaro y Vero se separaron de nosotros para ir a bailar. A mí también me gustaba bailar... pero no se me daba bien: la mejor coreografía que había aprendido en mis dieciséis años de vida era la de La Macarena, y dio la casualidad que no la pusieron en el pub.
- ¿Quieres tomar algo?- me dijo Hugo amablemente mientras se apoyaba en la barra para pedir.
- Una Coca-Cola, gracias.
- Digo algo contundente. Algo que te dé ganas de salir a bailar conmigo.
- ¿Alcohol?- dije escandalizada.
- Claro que sí, pareces nueva.- dijo entre risas.- Parece que no has bebido en tu vida.- "Bebí, pero no consciente", pensé. - Ya verás, te voy a pedir lo mismo que a mí, te va a encantar.
Y me trajo un vaso con un líquido casi transparente, pero no me atreví a preguntar qué era. Tomé un trago, me agarró de la mano y me sacó a bailar al lado de Álvaro y Vero. Ella se dió cuenta de la clase de bebida que llevaba, y me hizo un gesto interrogativo, pero no hice caso. Notaba como tenía más energía cada vez. No estaba contenta, ¡estaba muy contenta! Y era una felicidad no sólo provocada por estar bailando con mi príncipe -en plan amigos, por cierto-.

Capítulo 12

Que no me enfadara... A ver, analicemos la frase: "Álvaro y yo estamos juntos" ¿Pero como quieren que no me enfade? Vero y yo nos contábamos todo, absolutamente todo, y me había ocultado algo tan importante.
Les miré, me miraron. Álvaro se mostraba preocupado mientras que Vero hacía una mueca a la vez que ladeaba la cabeza. Entonces me di cuenta: había estado más atenta de Hugo que de mis mejores amigos, les había ignorado por completo. Aun así no sabía como reaccionar.
- ¿Te parece bien?- djo Vero recolocando la cabeza
- Sí... ¿porque iba a parecerme mal?- Vero corrió hacia mí y me abrazó, y automáticamente llamamos a Álvaro para que se uniera al abrazo. Me encantaban los abrazos en multipropiedad.
- ¿No estás enfadada?- preguntó Álvaro intentando retirarse, aunque no se lo permitimos.
. ¡Claro que no!
Por fin nos soltamos y comenzamos a deshacer mis maletas. Me encontraba feliz, pero era una felicidad extraña, aún no lo había asimilado. Pasamos el resto de la tarde jugando al Monopoly; a mi no me gustaba en absoluto ese juego, pero hizo que me olvidara momentáneamente de Hugo, momentáneamente, porque ahí estaba Vero para recordármelo:
- Salimos esta noche.
- ¿Es una pregunta?- dije
- No, es una orden.- añadió Vero entre risas.- Hemos quedado con Hugo, para salir en parejitas.
- Vero, no. Acabamos de...
- Me da igual, tú te vienes con nosotros y te lo pasas bien.
No tenía otra alternativa, ir o ir.
Llegaron las nueve de la noche y echamos a Álvaro de la casa. Teníamos que arreglarnos, y no era plato de gusto tener a un chico mirando nuestro cambio radical. Le sacamos tan rápido de la casa que no supo que había ganado al Monopoly.
Vero se sentó a pintarse, yo mientras la planchaba el pelo. Era tradición. Mientras una se maquillaba a sí misma la otra la arreglaba el pelo. Quería saber más sobre a relación de Álvaro y Vero, les veía como mi amigo y mi amiga, no como pareja, así que, mientras alisaba con cuidado su rubio cabello la pregunté:
- ¿Y desde cuando estáis juntos?
- Desde aquella noche en el parque...
- Ah... aquella noche...
- ¿Por qué? Nunca has bebido.
- Lo único que sé es que fue a la vez la mejor y la peor noche de mi vida.
Nos callamos. Vero estaba guapísima. Su reflejo en el espejo era el reflejo de una diosa. Se levantó y me senté yo frente al espejo para cambiarnos los papeles. No me veía igual; había adelgazado mucho en el hospital y me veía demasiado demacrada.
- Vero, yo no soy guapa. Hugo es tan... y tantas chicas preciosas le persiguen. Mírame, en cambio yo soy la que pasa desapercibida, la que baja la cabeza cuando un chico se acerca y la que se esconde bajo la tierra cuando hay problemas; en cambio él...
- En cambio él te besó, y lo que tienes que hacer es ponerte más guapa de lo que eres y enamorar a Hugo.- me sonó tan convincente...
Vi como poco a poco mi aspecto iba cambiando; no era una diosa, pero al menos lo parecía. Dejé mi larguísimo cabello moreno suelto, aunque me recogí el flequillo hacia atrás con varias horquillas y varios kilos de laca. Después comenzamos a rebuscar en el armario algo decente con lo que vestirnos. Vero sacó miles y miles de vestidos de todos los colores mientras yo la miraba.
- Vero...
- ¿Qué?- dijo mientras continuaba sacando prendas.
- Verde.
- ¡No, Ester! ¡Verde, no!- Vero se giró hacía a mí y me fulminó con la mirada. A continuación me enseñó un vestido plateado y negro, el vestido más precioso que jamás habría visto en el interminable armario de Vero.- Éste, y si no te gusta, pues te vas en bragas.
- Vale, éste, éste.
Aún nos estábamos calzando cuando oímos gritar a alguien en la calle: era Álvaro, por fin había llegado a recogernos. Me puse los tacones más altos que encontré y me volví a mirar en el espejo: era yo, era yo con un rostro triste y sin vida, algo que ni el más caro de los maquillajes podía solucionar, sólo podía solucionarlo yo, así que, duramente, dibujé en mi cara una sonrisa que me hizo sentir realmente mejor. Cogí de la mano a Vero y tiré de ella para bajar rápido por la escalera de caracol.

Capítulo 11

Hugo estaba conectado al chat, pero no le hablé, aunque automáticamente una ventana en el inferior de la pantalla me avisó de que alguien quería hablar conmigo:
- ¡Hola! =D
- Hola, Hugo. ¿Qué tal?- escribí con pocas ganas.
- Lo importante es cómo estás tú.
- Mejor. Bueno, peor. Bueno, mejor que en el hospital pero peor que en casa.
- ¿Te pasa algo conmigo? Tu mal rollo se percibe a través de la pantalla.
- Contigo no, con el mundo en general.
- ¿No será por lo que pasó en el parque la última noche?
- ¡Eso no! Intentaré averiguar cómo pude beber tanto.
- No, Ester. Por lo que pasó antes.- me quedé bloqueada, no sabía qué escribir.- Mira, no importa, si quieres dejamos que vaya surgiendo solo, ¿vale?
- ¿Sabes que voy vestida de verde?
- Jaja, lo tomaré como un sí.
- Bueno, me desconecto ya, que me estoy aprovechando mucho de la caridad de la madre de Vero. ¡Chao!
Estaba eufórica, tenía muchísimas ganas de gritar, pero me contuve. Entonces oí a varias personas subiendo las escaleras, por lo que me asomé hacia el pasillo: eran Álvaro y Vero.
- Tenemos que hablar contigo.- dijo Vero según entró a la habitación. No me gustó el tono en el que lo dijo, por lo que olvidé al instante la felicidad que me llenaba.
- ¿Qué pasa? He hecho algo malo, ¿verdad?
- No, no eres tú.- continuó Álvaro.- Mira, no queremos que te enfades ni que te sientas incómoda, porque somos amigos, y siempre seremos amigos. Si en el fondo es una tontería...
- ¿Qué pasa?- dije bastante alterada
- El verde no te sienta bien.- añadió Vero.- Sí, no me mires con esa cara.
- Vale, eso es verdad.- continuó Álvaro.- Pero hay otro tema más importante.
- ¿Más importante aún?
- Venga, te lo suelto rápido, para que no sufras. Álvaro y yo estamos juntos.

Capítulo 10

Por fin me encontraba en casa. Bueno, en casa de Puri. Las reformas aún no habían terminado y no se preveía su final muy pronto. Pero a mi padre no le apetecía demasiado convivir conmigo, seguía resentido por lo de aquella noche aunque le repetí mil y una veces que no tenía la menor idea de cómo había podido suceder; así que, decidieron mandarme a casa de Vero hasta que a mi padre se le bajaran los humos.
Por una parte me encontraba muy feliz, todo el mundo desea irse a vivir una buena temporada con su mejor amiga, pero por otro lado iba a echar bastante de menos la comodidad de la habitación de Miguel, el hijo pequeño de Puri. "Son mis vecinos, los veré todos los días" pensé, y a continuación solté la maleta de mi mano derecha para tocar el timbre de la puerta del jardín.
No sonó nada. Lo volví a intentar, pero tampoco dio resultado. Dejé sobre mi maleta varias bolsas que llevaba en la mano sobrante y una mochila; ¡menuda liberación! Empecé a investigar el timbre.
Hacía muchísimo calor y llevaba por lo menos diez minutos intentando hacer sonar el maldito timbre, pero miré hacia arriba, a una de las columnas que rodeaban la entrada: "No funciona, empujar la puerta." ¿Cómo? ¡Había pasado los diez minutos más interminables de mi vida tocando un timbre cuando tan sólo debía empujar la puerta! Me coloqué la mochila sobre el hombro derecho, recogí las bolsas y levanté la maleta; ante la falta de manos, opté por empujar la puerta con una leve patada. Probé. Nada. Cerrada. Volví a soltar la maleta, las bolsas y la mochila. Notaba como el sol me quemaba más y más a cada momento. Empuje la puerta. Nada. Cerrada de nuevo. Me estaba desesperando.
Pero de repente, ¡idea! Llamaría a Vero por el móvil. Rebusqué en mis bolsillos y no lo encontré. Entonces recordé que el móvil estaba dentro de la maleta, y la llave de la maleta perdida en alguna de las idénticas e innumerables bolsas que portaba.
Comencé a sudar en cantidades industriales, así que me recogí el pelo en un moño, me remangué los pantalones y me dispuse a saltar la valla del jardín. Tiré primero la maleta, las bolsas y la mochila por encima de la valla, después iba yo. Está científicamente demostrado que yo no soy un as para el ejercicio físico, y menos en semejantes condiciones, por lo que tardé unos diez minutos en saltar la valla por completo. Miraba una y otra vez hacia las casas de alrededor, esperaba que no me viera ningún vecino.
Ya estaba en la puerta principal, por fin. Llamé al timbre interior, que sí funcionaba, y me abrió la madre de Vero.
- ¡Hola, Ester! No te esperábamos tan pronto. ¡Uh! Vienes sudando, ¿hace mucho calor?
- No mujer, es que me ha dado por practicar salto de vallas antes de venir.
- ¡Sí señora! Está muy bien que hagáis ejercicio. Verónica no está, pero puedes dejar todas tus cosas en su habitación y hacer lo que quieras allí.
Así que, una vez más, recogí todas mis pertenencias del suelo, pero esta vez para recorrer una interminable escalera. Entré en el cuarto de Vero, y solté todo de golpe. Entonces vi el ordenador, hacía bastante tiempo que no entraba en el chat...

Capítulo 9

Me desperté. Todo me daba vueltas y estaba realmente confundida. Miré a mi alrededor, y no me gustaron las vistas. Mi padre se encontraba apoyado en la pared de la habitación gritando mientras que mi madre permanecía sentada en una silla de madera llorando inconsolablemente.
- ¿Qué hora es?- pregunté sin percatarme de la situación. De repente, mi madre abrió ampliamente los ojos y corrió hacia mí.
- ¡Mi niña! ¿Cómo estás, mi niña?- dijo mientras me cogía tiernamente de la mano.
- Me siento rara.- no quise hacer más énfasis en mi estado.- ¿Qué hora es? ¿Qué hago aquí?
- Son las seis y media, cielo.- me aclaró mi madre tras darme un beso.
- ¿De la tarde?
- No, de la mañana.- mi padre empezó a caminar lentamente hacia mí con una cara que no me gustaba en absoluto.- Nos has hecho venir al hospital a las cinco de la mañana- su tono se elevaba más a medida que hablaba.- por un jueguecito de los tuyos. ¡Jamás me pude esperar esto de ti, Ester! ¡Me has decepcionado!
Me asusté. No sabía de qué me hablaba. Entonces, evalué la habitación en condiciones y me percaté de la clase de lugar en el que me encontraba. Sí, un hospital. Una oscura y triste habitación de hospital. No recordaba nada; mis recuerdos únicamente alcanzaban hasta el beso de Hugo.
- ¡Hugo!- grité sin darme cuenta.- ¿Dónde están mis amigos?- rectifiqué.
Mis padres me lo explicaron todo. Vero había llamado a una ambulancia porque había sufrido un coma etílico. ¿Yo? ¿Un coma etílico yo? ¡Está científicamente comprobado que yo no bebo! El caso es que me encontraba en unas condiciones lamentables y probablemente no podría salir de allí hasta pasados varios días.
Pasaban las horas, los días, y mis padres permanecían allí conmigo incansablemente mientras familiares y amigos se pasaban a visitarme frecuentemente. Pero, sin duda, el mejor (si no decir el buen) día en aquél infierno de cables y pastillas fue ése en el que llegó Álvaro al rededor de las siete de la tarde a visitarme.
Me abrazó, se sentó conmigo en mi incomodísima camilla y permanecimos charlando prácticamente hasta las doce de la noche, cuando yo me quedé dormida. Al día siguiente, Álvaro seguía allí, recostado en el cabecero de la camilla durmiendo como un dulce angelote. Qué guapo estaba. Qué bueno era. Me acomodé sobre su pecho rodeándole con mis brazos y me volví a dormir.
- Ester... Ester... Me tengo que ir Ester...
- ¿Ya? ¿Tan pronto?
- He pasado toda la noche aquí, mis padres van a pensar que estuve haciendo algo más privado que dormir.- se rió, me reí. Me guiñó un ojo y me besó tiernamente en la frente.
- Oye, Álvaro. Hazme un favor.
- Lo que quieras.
- Consígueme mucha ropa verde.
- ¿Verde? ¿Porqué verde?
- Porque hacen juego con mis ojos.- sonreí y le lancé un beso desde la camilla hasta que cerró tras de sí la puerta de la habitación.

Capítulo 8

Llegamos a casa de Vero en la misma posición que habíamos llevado todo el camino. Entonces él se separó de mí, abrió la puerta del jardín y me dejó pasar. Vero ya estaba en la puerta esperándonos: vestía una blusa larga verde sin tirantes y unos pantalones muy cortos y negros que apenas se veían a causa de la blusa. Un momento... ¿verde?
- ¡Vero!
- ¡¿Qué?!
- Oh, Dios mío. ¡Las dos vamos vestidas de verde!- yo llevaba un mini-vestido del mismo tono que la blusa de Vero.
- Rápido, ¿qué hora es?
- Las once menos cuarto.- intervino Álvaro.
- Pues entremos deprisa en mi casa y me cambio lo antes posible.
Teníamos apenas cuarto de hora para revestir a Vero y llegar a tiempo con el resto de los amigos, es decir, misión imposible.
Corrimos a toda velocidad al vestidor de Vero y dejamos a Álvaro tras la puerta metiéndonos prisa. A los diez minutos de esto, Vero y yo salimos del vestidor ya decentemente conjuntadas (ella de amarillo y yo de verde) y nos encontramos al pobre Álvaro desesperado contando los pocos minutos que nos quedaban.
Salimos de la casa, ella se quitó los zapatos, y él me cargó sobre su espalda. El resultado, una chica corriendo descalza en medio de la calle y otros dos individuos a caballo y gritando a la desesperada.
A los quince minutos (llegábamos tarde) por fin nos encontrábamos en el parque donde nos reuníamos a menudo todos los amigos. Nos sentamos en el césped, y comenzamos a reír a carcajadas.
- Ester.-
- ¿Qué?.- paré de reírme en seco, sabía quién me estaba hablando.
- Estás muy guapa hoy.- mientras su mano me ayudaba a levantarme del césped, le respondí:
- Muchas gracias, Hugo.- miré a Vero, que me sonrió.
- Yo creo que en lugar de estar toda la noche estrechándonos la mano, podríamos darnos dos besos.- se rió.
Nos besamos una vez en cada mejilla, pero aún no nos habíamos soltado las manos, y así comenzamos a atravesar el parque, hasta que ya no hubieron personas que nos molestaran en un radio de cincuenta metros.
- ¿Sabías que el verde te sienta genial?- dijo mientras nos sentábamos despacio sobre la hierba.- Hace juego con tus ojos.
- ¿De verdad? Pero mis ojos no son verdes. Mi amiga Vero dice que son más bien "ambarinos".- comencé a reír.
Pero entonces él me cayó con un suave beso.

Capítulo 7

Habían pasado tres días desde que ocurrió aquel incendio que había destrozado parte de nuestra casa. Nuestra vecina, Puri, y sus hijos nos trataban como si fuéramos parte de su familia. Álvaro, Miguel y yo nos habíamos hecho muy amigos, pero necesitaba a Vero. No la había visto desde la fiesta en la piscina, así que propuse a mis agradables vecinos conocer a mi mejor amiga.
Eran alrededor de las seis de la tarde cuando llegamos a su casa, mucho más amplia que la casa en la que me hospedaba. Sonreí, suspiré y llamé al timbre mientras el pequeño se recolocaba a mi derecha y el mayor a mi izquierda.
- ¡Ester!
- ¡Vero!- nos fundimos en un cálido abrazo.
- Ya me han contado lo del incendio... No sabes cuanto lo siento.
- No importa, porque ahora estoy viviendo en casa de mis vecinos.- a continuación, presenté.
Pasamos a casa de Vero, y charlamos durante unas largas 3 horas, hasta que nos dimos cuenta de que Miguel debía haber estado hacía media hora en casa.
Miguel, Álvaro y yo corrimos como nunca lo habíamos hecho. Si de nuevo queríamos volver a casa de Vero debíamos darnos prisa.
- Son más de las nueve.- dijo Puri, que se encontraba en la puerta de la casa esperando nuestra llegada.
- Sí... lo sabemos... lo siento.- Álvaro siempre sabía como conmover a su madre, y una vez más lo había conseguido.
Tras la cena Álvaro y yo volvimos a salir hacia la casa de Vero. Se habían caído bien, y eso era bastante satisfactorio.
Cuando ya llevábamos unos metros andados, comenzó nuestra conversación sobre el frescor de la noche y las estrellas que la acompañaban. Entonces, Álvaro pasó suavemente uno de sus brazos alrededor de mi cintura y yo apoyé mi cabeza sobre su hombro izquierdo. Estaba cómoda, me sentía bien. En los tres días en los que ellos me habían recogido en sus casa había logrado gran confianza con cada miembro de su familia; podría permitirme caminar así por la calle. Por primera vez no me importaba lo que la gente con la que nos cruzábamos pensase, aquella posición era agradable, eso era lo que importaba. Giré mi cabeza hacia la suya, nos miramos, y su rostro dibujó una sonrisa tan blanca como la Luna que iluminaba aquella noche.

Capítulo 6

- ¡Ester!- ¿Qué era eso? ¿Quién osaba perturbar mi sueño?- ¡Ester!
Me levanté muy enfadada, no me gustaba en absoluto que me despertasen a gritos.
- ¿Qué pasa?- grité desde mi cuarto al piso de abajo.
- ¡No cojas nada! ¡Sal corriendo y no cojas nada!- los aullidos de mi madre no eran de enfado, sino de miedo.
- Pero, ¿qué está pasando?- estaba confusa.
Bajé rápidamente las escaleras y lo entendí todo. No me dio tiempo a más. Mi madre me cogió del brazo y corrió conmigo.
Salimos a la calle, donde nos esperaba mi padre, que había perdido gran parte de la ropa y se encontraba en un estado medianamente lamentable.
- El incendio está controlado.- dijo mientras se sentaba en el suelo.
Las llamas habían arrasado prácticamente todo el piso de abajo, pero todos estábamos bien. Abracé a mi madre y me senté en el suelo de la calle, frente a una veintena de curiosos que se habían acercado allí. Repasé sus rostros uno a uno; se encontraban todos los vecinos y varias personas que jamás había visto.
Una de las vecinas se acercó a mí, me cubrió los hombros con una manta suave y cálida y me llevó reposadamente a su casa mientras el resto de su familia hacía lo similar con mis padres. Entonces, empecé a oír a lo lejos la sirena de los bomberos.
Entré en casa de Puri, la vecina, de unos 50 años, divorciada y con dos hijos, Álvaro y Miguel, de 16 y 12 años respectivamente. Puri era la más amable de las vecinas, siempre estaba dispuesta a hacer todo lo que la pidiesen. Era... mi vecina preferida.
Me llevó a la habitación de uno de sus hijos y, por la decoración intuí que se trataba del cuarto de Miguel. Era todo mucho más pequeño que en mi casa, pero era cómodo y reconfortable al fin y al cabo. Me tumbé en su cama, y al momento apareció Miguel, al que no veía apenas, a hacerme compañía y darme conversación.
Las sirenas de los bomberos se apagaron. Por fin habían extinguido el fuego.

Capítulo 5

Me tiré sobre la cama y suspiré profundamente, entonces, puse mis manos entre la almohada mi y cabeza mirando al techo y mis ojos ambarinos reflejaron en él la tierna imagen de Hugo. Suspiré nuevamente. Había sido una tarde maravillosa, había conocido al chico perfecto. Había conocido a mi príncipe.
De repente, un zumbido invadió la tranquilidad de mi cuarto y me sobresaltó. Metí la mano en mi bolso y saqué mi móvil. No...¡no!
- ¡Sí!- grité. Al momento me tapé la boca con la mano y me callé. Eran más de las tres de la mañana, mis padres estarían dormidos.
Volví a mirar el teléfono para cerciorarme de que era cierto. ¡Me había mandado un mensaje y hacía apenas media hora que nos habíamos visto.
Decía que quería volver a salir conmigo, el próximo sábado. ¡Claro que sí! El único inconveniente era el tener que esperar tanto tiempo como son seis días para verle.
No tenía sueño. Quería seguir pensando cómo sería el sábado siguiente, pero no debía hacerlo, porque está científicamente comprobado que si imagino cómo va a ser algo no se cumple. Así que puse a mi móvil los cascos y reproduje una y mil veces la misma canción tranquila pero profunda que siempre me hacía llorar a escondidas. Así, me quedé dormida.

Capítulo 4

Busqué de dónde provenía aquel celestial sonido, ¿de quién era esa voz?
Todos los chicos se apartaron y, de repente mis ojos se abrieron de par en par para percibir aquella maravillosa imagen: un chico posiblemente un año más mayor que yo, atlético y esbelto, con una piel morenísima y los ojos grises más hermosos que jamás me habían mirado. Se acercó lentamente hacia mí mostrándome una espléndida dentadura perfecta.
- Hola, soy Hugo. - automáticamente mi rostro cambió para mostrar el mayor ejemplo de felicidad.
- Hola, Hugo, ¿qué tal? Soy Ester.
- ¿Picamos algo?- ¡sí! En mi interior estaba dando botes de alegría. ¡Por fin había encontrado a mi príncipe y era mejor de lo que nunca había imaginado!
Entonces, sin que yo hubiese podido responder, Hugo se acercó a mí, me agarró de la cintura y empezó a caminar conmigo hacia la mesa de la comida.
- Bueno, Ester. Jamás pensé que mi ciber-amiga pudiese ser tan guapa como tú.
- Gracias...- dije tímidamente. Me giré disimuladamente, miré a Vero y la sonreí.
- ¿Quieres un pinchito de tortilla?- sonreí de nuevo, pero esta vez para crear una sonrisa perpetua que duraría el resto de la tarde.

Capítulo 3

- ¿Nerviosa?- me preguntó Vero mientras recolocaba mi vestido y me miraba de arriba abajo.
- Un poco...- mentí, estaba nerviosísima, pero Vero me conocía demasiado y al instante se dio cuenta de que mis manos temblaban casi como si se fuesen a soltar de mis brazos.
- Tranquila, aún tienes un poco de margen hasta que llegue. ¿Te hace un bañito?- era increíble, parecía que me leía la mente. Vero y yo éramos las mejores amigas del mundo, sabíamos mucho la una de la otra.

Sin decir nada más, me quité el vestido, lo tiré al fresco césped que rodeaba la piscina y corrí mirando atrás mientras Vero se reía. Mis nervios se calmaban a medida que me iba sumergiendo en el agua. Vero se tiró después, pero inmediatamente después se giró y me señaló disimuladamente un grupo de chicos que entraban por la verja.

Salí del agua y, aún empapada me dirigía hacia ellos muy decididamente, sin mirar atrás. No sabía cuál de ellos era mi príncipe, y era demasiado tarde para volver atrás y pedirle a Vero alguna pista, así que seguí caminando y no me detuve hasta estar frente a ellos. Eran unos ocho chicos que avanzaban hacia mí descolocadamente hasta que yo me hube parado. Entonces, se oyó una voz por el fondo que dijo:
- Princesa, soy yo.

Capítulo 2

-¡Mi príncipe!
Me desperté sobresaltada. Me restregué los ojos mientras la leve luz de la mañana me acariciaba con sus, a veces desagradables, rayos de sol. ¿Qué hora era? ¿Qué día era? Había perdido la noción del tiempo. Me sentía como si hubiera dormido años y años. Miré el despertador: las 12 de la mañana; era un poco tarde, seguramente mis padres ya habían desayunado, pero eso no me preocupaba, sólo me intrigaba el conocer por fin a mi príncipe. Tenía tres largas horas para prepararme.
Me calcé las zapatillas y me fui al baño aún desperezándome. Me atusé un poco el pelo y me miré al espejo: me veía guapa. Parecía que la mañana se había puesto de mi parte.
Bajé las escaleras lentamente, arreglándome el camisón. Mis padres estaban viendo la tele en la sala de estar y, en cuanto se percataron de mi presencia me saludaron vagamente mientras yo esbozaba una falsa y fingida sonrisa. Desayuné; esto no me llevó mucho tiempo, ni quería que lo hiciera.
Tras esto, volvía a dirigirme a mi cuarto para elegir mi bikini y mi ropa. Esa iba a ser una tarde realmente especial y está científicamente comprobado que si estás guapa la tarde es mucho mejor. Así que removí todos mis cajones y me probé todos los bikinis que tenía, hasta que encontré el perfecto: un bikini de flores tropicales naranja que combiaban perfectamente con un vestido blanco, corto y sin mangas ni tirantes, perfecto para impresionar a mi príncipe.
Abrí la puerta para salir a la calle, respiré hondo. Era mi oportunidad. Me armé de valor y caminé decididamente hacia la fiesta.

Capítulo 1

-¿Cómo? ¿Tan sólo te dejan estar en la fiesta hasta las 3?
- Has oído bien, hasta las 3.
- Tus padres son muy crueles, Ester. Van a hacer que pierdas la oportunidad de tu vida.
- Lo sé... y no dejo de darle vueltas. Bueno, algo es algo. Ahora me voy a casa.
Dí un abrazo a Vero y me fui. Metí mis manos en los cálidos bolsillos de mis vaqueros y caminé lentamente mirando a un lado y a otro observando las casas. Pronto sería la fiesta en la piscina que llevábamos todo el verano planificando; todas mis amigas iban a ir, todos mis amigos iban a ir, él iba a ir. Por fin tendría la oportunidad de descubrir al príncipe de mis sueños: un príncipe que, en lugar de llevar una gruesa armadura y un duro escudo, se protegía por la pantalla de su ordenador y las condiciones de privacidad del chat de internet. Ni siquiera sabía su nombre, pero al menos tenía la seguridad de que fuera un buen amigo de mis compañeros de instituto. Le había imaginado millones de veces, aunque no me gustaba pensar: estaba científicamente comprobado que si imaginaba algo no se haría realidad.
Llegué a casa y, a pesar de la pereza que esto me suponía, saqué una de mis manos del bolsillo para llamar al timbre. Me abrió mi madre, y me saludó con su ya típico "hola, cielo" antes de que le respondiera con una leve mueca. No quería cenar. Sí, tenía muchísima hambre, pero no quería encontrarme con aquella pareja de individuos vulgarmente conocidos como padres que pretendían arruinarme el conocer a mi príncipe.
Sin decir ni una palabra, subí las escaleras aún con las manos resguardadas en los bolsillos hasta llegar al cuarto de baño. Allí liberé mi moreno pelo de la prieta coleta que lo retenía y lo cepillé un poco. Después me quité la ropa y me puse mi camisón verde, precioso, que me hacía disfrutar aún más del sueño. Me dispuse a acostarme sin decirles nada a mis padres, para que se percataran de que yo no estaba dispuesta a arruinar la seguramente mejor noche de mi vida, y estuve apunto de conseguirlo. Vale, sí, soy débil. Me acerqué a la barandilla de las escaleras y grité "buenas noches", y en seguida fui respondida con el también tipiquísimo "que descanses, cielo".

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