Capítulo 27

María no apareció en toda la noche, así que yo me fui muy pronto a casa a recapacitar. Esperaba que Cespe no hubiese pensado nada equivocado pero, desde luego, la cara de sorpresa que había puesto decía bastante.

Eran al rededor de las dos de la mañana. No tenía sueño, sólo podía darle vueltas a la cabeza. ¿Dónde estaba María? ¿La habría pasado algo malo? Seguro, si no, no me habría abandonado en un día tan importante. Entonces, entre pensamiento y pensamiento, mi móvil empezó a sonar escandalosamente. En seguida corrí a silenciarlo, ya que mis padres estaban dormidos y me matarían si me descubrieran despierta. Era un mensaje, concretamente de Cespe. Mi corazón quería escaparse, empezó a latir fuertemente. Tenía miedo, pero debía leerlo: "Conéctate al chat".
¿"Conéctate al chat"? ¡Rancio! ¡Soso! ¡Cutre! ¿Ha gastado quince céntimos de saldo y casi me mata de un infarto para decirme que me conecte al chat? Pero no le iba a dejar con las ganas al pobre chaval, así que encendí el ordenador y ahí estaba, esperándome conectado.

- Tengo que hablar de algo importante. Creo que podré confiar en ti.- escribió mientras yo silenciaba los altavoces del ordenador.
- Dime. Sabes que puedes contarme cualquier cosa.- claro, cualquier cosa que no sea sobre mi incómoda situación en Carnaval.
- Verás. Me gusta mucho una persona.
- Sí, claro. Tienes el mismo problema que aquél amigo que me contaste.- escribí entre risas recordando la vez que me pidió consejo para "su amigo".
- Bueno, el caso es que hablo poco con esa persona, sólo por chat o alguna que otra vez que nos encontremos por la calle.
- ¿Conozco a esa persona?
- Sí, sí. La conoces de sobra.- ¡Já! Yo... seguro que soy yo...- Por eso te pido consejo, porque sé que acertarás.
- Y, ¿cómo es?
- Inteligente, divertido, guapo... Es la persona perfecta.- estaba claro a quién estaba describiendo... ¡a mí!- Pero no sé que hacer, porque últimamente esa persona ha estado con gente que no se parece nada a mí. ¡Está tan fuera de mi mundo!
- Y, a pesar de que esa persona haya cometido errores... como en una fiesta de Carnaval, parece que no te importa.
- ¿Errores? ¿En Carnaval? - ¡Mierda!¿No soy yo?- No, no. Si ya te digo que le veo muy poco.
- Espera, espera... En vez de andarnos con rodeos, dime quién es y así especifico más mis consejos.
- ¿Realmente quieres saberlo? Nadie sabe quién es esa persona. Creo que podrías asustarte.
- ¡Dímelo! ¡Puedes confiar plenamente en mí!- además, así se ahorra el mal trago de tener que declararse en mi cara.
- Bueno, él es Hugo.

¿Cómo? ¿Qué? ¿Hugo? ¿Cespe?

- Tengo que irme a dormir. Mañana hablamos.- me despedí y me desconecté. No podía creerlo.

Capítulo 26

- ¿Qué pasa?
- Tía, que no puedo bajar en autobús.- mis ojos se abrieron como platos en cuanto María dijo esto.
- ¿Por qué? ¿Y el carnaval?
- Tranquila, tranquila. Tú súbete en el bus. Yo iré más tarde, ¿vale?
- ¿Estás segura? No me vayas a dejar tirada...
- No te preocupes, que yo llegaré sólo un poco más tarde.
Subí en el bus. Estaba nerviosa. Todo el mundo me miraba (claro, un pirata con el pelo verde acababa de colarse en su autobús). Seguramente, si María hubiese estado conmigo no me habría puesto al final del autobús, en la esquina más escondida para pasar desapercibida. Aún así sentía que la gente se giraba para mirarme y reírse de mi aspecto. Pero en el Carnaval todo cambiaría, allí no hay ridículos.
Llegué tras 35 minutos de solitario e interminable autobús. Bueno, solitario no. Los último quince minutos estuve acompañada por un "agradable" señor que no hacía más que toserme en la cara, así que di gracias a Dios en cuanto pisé tierra firme.
Eran las ocho de la tarde. Comenzaba a anochecer. Había muy buen ambiente: centenas de personas, incluso miles, disfrazadas bailando en la plaza del pueblo al son de la orquesta contratada para el festival. Y, ¿María? La llamé:
- ¡María! ¿Dónde estás?
- ¡He tenido problemas!
- ¿Cómo?- no lograba escuchar más allá del sonido de la música.
- ¡Que he tenido problemas! ¡Bajaré más tarde!
- ¿Más tarde? ¡María, aquí la gente ya empieza a estar borracha! ¡Creo que más tarde sólo habrá comas etílicos!
- ¡Tú espérame allí! ¿Vale? Intégrate y busca algún chico guapo.
Algún chico guapo... algún chico guapo. ¡Ahí! ¡Menudo grupo de boxeadores encontré! Debía hacer tiempo hasta que María llegara, así que me acerqué a ellos y les pedí bebida. No se me ocurría nada mejor, por lo que hube de tomarme varios vasos de sangría.
La cabeza me daba vueltas. Apenas podía recordar los nombres de aquellos boxeadores, pero lo que no olvidaría sería el momento en el que uno de ellos, probablemente el más feo, me sacó a bailar.
- Me llamo...- no recordaría su nombre. Había bebido mucho.
- Yo soy Ester, y no sé bailar.- me reí.
- Yo te enseño.- me agarró de la cintura, y comenzó a bailar a modo de vals el rock&roll que sonaba entonces.
- ¿No te estás acercando demasiado?- dije cuando noté que bajaba la mano más abajo de mi espalda.
- Tú no te preocupes. Baila.- y apoyó su cabeza sobre mi hombro.
Era feo y relativamente gordo, pero me hacía sentir bien mientras me enseñaba a bailar. Apoyé yo también mi cabeza sobre él, y aquél desconocido comenzó a besarme el cuello. ¡Qué pena que no estuviese aquí Vero para verlo! Quiero decir... ¡María! Pero a cambio, Cespe apareció y visualizó, aunque sólo un breve instante, la situación en la que me encontraba antes de seguir caminando.

Capítulo 25

Salí del hospital, aunque debía ir dos veces por semana a que los médicos me dijeran que no estaba todo claro, que había que hacer más pruebas. Pero no me preocupaba, María estaba conmigo.

No íbamos a la misma clase, pero en cuanto podíamos buscábamos el mínimo momento para estar juntas. Era mi confidente. Era mi amiga.

Hacía mucho tiempo que había decido olvidarme de Hugo, pero en ocasiones le encontraba y él trataba de esquivarme. Pensaba que estaba loca, como todo el mundo: se equivocaban. También había dejado de hablar con Cespe, pero los pájaros que María me había metido en la cabeza me hacían sentirme realmente atraída por él. Y, a pesar de lo que él me hiciera, como no contestarme a los mensajes o dejarme plantada a mi salida del hospital (sí, me prometió recogerme el día que salí del hospital y no apareció), María siempre le encontraba un punto bueno y me hacía reilusionarme de nuevo, no me permitía deprimirme.

Eran mediados de febrero, y yo por fin había recuperado mi vida normal, a pesar de que la normalidad de ésta fuera prácticamente nula. Pero había recuperado algo más importante: mi ordenador. Me pasaba horas y horas chateando, chateando con Cespe. Quizás él era la manera de distraerme y de olvidarme de Hugo.

Las seis de la tarde. No importa la hora, pero eran las seis de la tarde de un domingo soleado. Está científicamente comprobado que los domingos están hechos para quedarse en casa pegada al ordenador, y yo no iba a romper esa regla. Así que me senté frente a la pantalla y tecleé mi contraseña. Para mi desgracia, Vero era la única conectada por el momento y antes de que pudiera remediarlo ya había entablado una conversación conmigo:

- Hola.
- Adiós.
- ¡Espera! ¡Voy a ser breve!
- ¿Qué quieres, vívora?- sí, para mí era una vívora, y no tenía ningún reparo en hacérselo saber.
- María no es buena. Fuimos amigas, fue amiga de Cespe. Está sola, y está loca. Por eso estuvo en el hospital. Yo sólo quiero advertirte.
- Vale, pues ya me has advertido. Adiós, vívora.

En seguida tomé el teléfono y llamé a María. Esto debía saberlo. De nuevo Vero había traicionado por la espalda a alguien. La había tratado muy bien durante nuestra estancia en el hospital, y ahora la clavaba la puñalada.
María lo corroboró: "Vero tiene celos. Tiene envidia de ti. Siempre quiso ser como tú, y tener lo tuyo. Tuvo a Hugo, tendrá a Cespe".

Pero no iba a consentir que la vívora me quitase también a Cespe. Se acercaba Carnaval, y María y yo ya lo teníamos todo planeado.

Cespe me dijo que me llamaría cuando se encontrase en el Carnaval, así que, tras haber terminado la conversación con María, preparé orgullosa mi disfraz de pirata. Mis padres no me dejaban ir, decían que no era seguro, pero ellos no sabían nada. Me vestí y me pinté como una auténtica pirata pero, antes de salir, cogí un spray y me tinté el pelo de verde en honor a Hugo. Sería una pirata muy peculiar.

Estaba esperando en la parada del autobús cuando recibí la llamada de María.

Capítulo 24

Habían pasado ya cuatro semanas. Dos de ellas las había pasado inconsciente, otra la pasé a base de dosis y dosis de pastillas con las que los psicólogos pretendían curarme de algo tan impensable como mis ganas de suicidio, y la última... no estuvo nada mal.

Me trasladaron a una habitación compartida. Al principio no me hizo mucha gracia porque está científicamente comprobado que era muy pudorosa, pero a medida que conocí a mi compañera las cosas fueron mejorando.

Se llamaba María. La había visto varias veces merodeando por el instituto, tenía la misma edad que yo pero había repetido un curso. María tenía el pelo negrísimo, rizado y muy corto, tanto que a veces parecía un chico. Era una chica paciente, y sabía escucharme. Yo no conocía por qué razón estaba en el hospital, prefería no saberlo. Poco a poco comenzamos a tener confianza: empecé a hablarle de Hugo y de Vero, a los que ya conocía con anterioridad, y, por qué no, de Cespe.
Ella siempre me escuchaba atentamente, con los ojos como platos. Empatizaba muchísimo, tanto, que cuando Vero venía a visitarme y yo me hacía a la idea de que estaba muerta, Vero comenzaba a contarle sus problemas sin apenas conocerla. "Tiene un don", pensaba yo, y al momento me reía. Quizás así me libraba un poco de las tensiones del hospital.

Además, ya no me sentía sola. María era prácticamente la amiga perfecta, jamás me traicionaría.

Y, ahora hacía dos días que María se había marchado de la habitación, se había ido por fin a casa, aunque debía venir a menudo a una rehabilitación, pero era como si siguiese ingresada conmigo: se pasaba horas y horas que podría estar disfrutando con sus amigas tendida en el suelo del cuarto apoyándome en todo. Eso era una amiga, una amiga de verdad.

María se encontraba, como siempre, conmigo en la habitación enviándome música al móvil cuando me llegó un mensaje de Cespe. Quería quedar conmigo. Al leerlo las dos sonreímos, y más aún cuando recordé que Hugo no se había dignado a mandarme un mísero mensaje durante mis días hospitalizada.
Cespe... no estaba tan mal...

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