DESPEDIDA

Bueno, gentecilla. Se acabó todo.
¡Nueve meses! Pfff...

Me da penita terminar esto. ¿Qué voy a hacer yo si no estoy pensando ideas para la historia? Tendré que aficionarme a otra cosa.

Muchas gracias por haber aguantado la historia durante tiempo, lo dejo muy orgullosa.

Y... ¡no sé qué poner! Que me da muchísima pena. No quería que llegase el momento de la despedida pero, ya era hora.

Seguiré leyendo vuestros blogs, no os libraréis de mí. ;) Me veréis comentando como "Gori". Así os acordaréis de "Sólo por ti".

¡Jo! Es que es demasiado tiempo, no sé cómo despedirme... Gracias a todas, que sois muchas, las que habéis seguido, habéis leído o, simplemente, os habéis aburrido soberanamente leyendo la historieta esta. Yass, Albita, Ire, Mayte, Ale, etecés etecés.

El blog va a estar abierto hasta que blogger lo cierre, no lo voy a borrar así que, ¡SEGUID RECOMENDÁNDOLO! Yo seguiré entrando a ver si hay algo, o a ver si blogger se ha desecho ya de la página.

Bueno pues... pasadlo bien, enganchaos ahora a otra historia y, recordad siempre que SÓLO POR VOSOTRAS empecé a escribir el blog y que SÓLO CON VOSOTRAS habría podido llegar a 32 capítulos, superando altibajos, sí, pero conseguimos llegar.

Muuuuuchos besines, y acordaos que es mejor no cambiar la vida por amor.

:D

ÚLTIMO CAPÍTULO

Tras la puerta entreabierta se asomó una silueta que en seguida reconocí. Quizás fue el rencor, quizás la ira, quizás la incosciencia pero, fuera por lo que fuese, María recibió un buen puñetazo que la dejó tirada en la entrada de la casa sangrando notablemente por la nariz.
¿Qué rayos hacía María en casa de Hugo? No me importó el motivo de su estancia ni su nariz rota. Simplemente seguí caminando a lo largo del pasillo apretando los puños hasta que encontré a Hugo sentado en el sofá de la sala de estar en un estado caótico: temblaba, miraba asustado y frotaba constantemente sus manos contra la tela azul de sus pantalones vaqueros. ¿Estaba arrepentido de lo que le había hecho?
- Ester, tengo miedo.- dijo aún más tembloroso mientras me hacía señas para que me acercara a él.
- ¿Por qué le has matado?- me senté en el sofá, a su lado, y acaricié suavemente su rodilla.
- ¡Yo no he sido, Ester! Ha sido ella...- dijo susurrando.- Ella le ha matado, y ahora me quiere matar a mí.
- ¿Quién, Hugo?
- María.
¡¿Qué?! Me levanté súbitamente y agarré a Hugo de una muñeca para correr con él hacia una salida. Pero María apareció en el salón antes de que pudiéramos dar un paso. En una mano llevaba un ladrillo mientras que con la otra se tapaba la nariz, que aún sangraba.
Ya sabía cuál era mi final, y era una causa perdida luchar para evitar lo inevitable, así que me situé frente a Hugo y le di un beso mientras María aprovechaba para acercarse amenazante.
Ahora estoy en el hospital. Mis padres lloran, Vero también. Creo que Hugo está muerto, pero no me importa, porque siento como en breves momentos tendré que dejar de escribir para estar con él de nuevo. Moriré vestida de verde y aún con el sabor de sus labios en mi boca. Ahora entiendo por qué estuvo María en un hospital, por sus ataques homicidas. Me gustaría despedirme de Vero y de Álvaro, les voy a echar de menos.
Pero tengo que dejar de escibir, se me están durmiendo los brazos. Cambié mi vida por amor y ahora esto se verá recompensado: estaremos juntos eternamente. Mi vida ha merecido la pena sólo por ti, Hugo...

Capítulo 31

SE ACERCA EL FINAL...

En seguida retiré a Vero de mí apartándola a un lado para dejarme suficiente campo de visión como para apreciar el cuerpo de Cespe inmóvil apoyado sobre la acera. No pude moverme, estaba en una especie de estado de shock. Vero movió sus manos, dio varias palmadas contra mis mejillas y, finalmente, dijo:
- No sé si está muerto.- No contesté. Simplemente continué mirando al pobre Miguel Céspedes.- ¿Qué hago? ¿Qué hacemos? ¡Estoy histérica!
- ¡Llama a una ambulancia!- reaccioné por fin, sorprendiéndola.

Vero sacó a duras penas el móvil de su bolsillo, ya que las manos le temblaban notablemente. Sin embargo, yo no tenía cuerpo ni para temblar: escuchaba de lejos la conversación de Vero con el teléfono de emergencias cuando decidí levantarme e ir a buscar al culpable de todo esto. Con las pocas fuerzas que me quedaban dirigí mis pasos hacia la casa de Hugo, despacio, mientras notaba que mi cara palidecía por momentos.
Vero intentó impedir que me fuera, quizás lo hacía por mi bien, pero por su bien yo la recomendé que no me acompañase y que se quedara esperando ayuda para Cespe. Una ambulancia se cruzó conmigo a mitad de camino, y decenas de personas durante el resto del recorrido: personas que murmuraban indeseablemente a mi alrededor. Ellos no me entendían, nadie me entendía, seguro que pensaban que estaba loca.

Pero, cuerda o no, llegué por fin a casa de Hugo, donde llamé plácidamente al timbre, calmada, hasta que la puerta empezó a abrirse poco a poco.

Capítulo 30

SE ACERCA EL FINAL...
Estaba realmente asustada. No sabía qué podía haber ocurrido con Cespe, así que guardé mi móvil en el bolsillo y bajé disimuladamente por la escalera: evitando que mi madre me atrapase de nuevo con sus sermones.
Una vez hube salido a la calle corrí tan rápido como pude esquivando acercas, personas, farolas y todo tipo de objetos que pudiesen interponerse en mi camino. El viento chocaba fuertemente contra mi cara, tanto que incluso me hacía daño, pero no podía parar: mis pies habían comentado a moverse solos, y no podía controlarlos. Un fuerte impulso me hacía acelerar más y más, pero por mucho que corría el camino se me hacía interminable, y parecía que nunca llegaría hasta el final.
Pero, por fin doblé una esquina y paré en seco. A primera vista no conseguí ver nada, hasta que algo pegajoso comenzó a manchar mis zapatillas: sangre. Un reguero de sangre que llegaba hasta mis pies desde un pequeño rincón en la acera, y ahí estaba él.
Me acerqué despacio, no quería contemplar aquella estampa. Vero se encontraba inclinada sobre un cuerpo, seguramente el de Cespe, llorando desconsolada mientras me observaba. Entonces se levantó súbitamente y corrió hacia mí. En un primer momento pensé que se me echaría al cuello para hacerme daño, pero en realidad se acercó para darme un abrazo y decir: "Ha sido tu príncipe. Ha sido culpa tuya".

Capítulo 29

SE ACERCA EL FINAL...

Llegué a casa furiosísima. Cerré la puerta de un golpe y mi madre me miró perpleja mientras yo subía rápidamente las escaleras. Tras de mí iba ella. Me senté en la cama y apoyé mi cara en la almohada, aunque no para llorar. Entonces noté como la cama se hundía de un lado: sí, mi madre se estaba preparando para soltarme una de esas odiadas charlas psicológicas que, en vez de ayudarte, lo que hacen es hundirte aún más en el fango.

- ¿Qué te pasa, Ester? Estás muy rara desde el verano.- ¡Otra con que estoy rara!
- Nada. Vete. - dije sin apartar de mi cara la almohada, claro, hasta que a la mujer se le ocurrió quitármelo y observarme con esa terrible mirada maternal de compadecencia.
- ¿Me lo vas a decir?
- Sabes que no, así que, vete.
- Ester, ¿por qué has cambiado?- arranqué de sus manos la almohada, la apreté con todas mis fuerzas y la lancé contra el suelo, aunque en realidad hubiera preferido golpearla contra mi madre.
- ¡No he cambiado! ¡Habéis cambiado todos vosotros! ¡No sois los que érais!
- Te intentaste suicidar, hija. Aún tienes secuelas de aquéllo.
- ¡Fue un accidente! ¡Eres mi madre! ¡Deberías entenderlo!

Entonces, una pequeña vibración que después se convirtió en melodía polifónica, me sobresaltó. Era Vero.

- Es privado. Deberías irte, ¿no?- dije matando a mi madre con la mirada, que automáticamente se marchó. - ¿Qué quieres, vívora?
- ¿Qué has hecho? - se notaba a Vero muy nerviosa, incluso apunto de llorar, por lo que me alarmé.
- ¡Yo no he hecho nada!
- ¡Si quieres arruinar tu vida, hazlo, pero deja a Cespe en paz!
- ¿Qué le ha pasado?
- Tu príncipe azul se ha enterado de algo que no debía, ¡por tu culpa! Si aún queda algo de la buena Ester que había antes, ven a casa de Cespe.

Ti... ti... ti... Colgó.

Capítulo 28

SE ACERCA EL FINAL...
Cespe, gay. Increíble.
Eran al rededor de las doce de la mañana y no había dormido absolutamente nada. ¿Por eso quiso Cespe acercarse a mí? ¿Para que le abriese camino con Hugo? ¡¿Cómo había podido ser tan tonta?! Quizás se había querido aprovechar de mí, quizás me había querido pedir ayuda y yo no lo sabía interpretar.
Y... ¿ahora qué? Tenía dos opciones: Decirle a Hugo que Cespe le quería o dejarlo pasar, al fin y al cabo Hugo siempre había sido mío.
Decidí actuar, no quedarme con los brazos cruzados. Tenía clarísimo a qué acera pertenecía Hugo, pero Cespe no debía esconder sus sentimientos, así que, me armé de valor y salí a la calle a casa de Hugo.
Llegué a eso de la una, un domingo por la mañana. Levanté mi cabeza hacia la ventana de la casa y vi movimiento en el interior. Con suerte no estaría dormido. Llamé tímidamente al timbre, y tuve la suerte de que me abriera él directamente:
- ¡Hola!- dije sonriente.
- ¿Qué haces aquí?- dijo él violentamente.
- ¿No quieres verme?
- Termina rápido.
- ¡Cespe te quiere! ¡Miguel Céspedes te quiere!- Hugo levantó una ceja y me miró fijamente con sus profundos ojos grises.
- Estás loca. Crees que te has curado pero sigues estando loca.
- ¡Yo nunca he estado loca! Cespe te quiere tanto como te quiero yo, pero él no sabe que eres mío.
- Mira, yo no soy de nadie, y menos de una loca.
¡Zas! Portazo en las narices. Quizás eso me doliera en la moral, pero más tarde a Cespe le dolería físicamente,

Capítulo 27

María no apareció en toda la noche, así que yo me fui muy pronto a casa a recapacitar. Esperaba que Cespe no hubiese pensado nada equivocado pero, desde luego, la cara de sorpresa que había puesto decía bastante.

Eran al rededor de las dos de la mañana. No tenía sueño, sólo podía darle vueltas a la cabeza. ¿Dónde estaba María? ¿La habría pasado algo malo? Seguro, si no, no me habría abandonado en un día tan importante. Entonces, entre pensamiento y pensamiento, mi móvil empezó a sonar escandalosamente. En seguida corrí a silenciarlo, ya que mis padres estaban dormidos y me matarían si me descubrieran despierta. Era un mensaje, concretamente de Cespe. Mi corazón quería escaparse, empezó a latir fuertemente. Tenía miedo, pero debía leerlo: "Conéctate al chat".
¿"Conéctate al chat"? ¡Rancio! ¡Soso! ¡Cutre! ¿Ha gastado quince céntimos de saldo y casi me mata de un infarto para decirme que me conecte al chat? Pero no le iba a dejar con las ganas al pobre chaval, así que encendí el ordenador y ahí estaba, esperándome conectado.

- Tengo que hablar de algo importante. Creo que podré confiar en ti.- escribió mientras yo silenciaba los altavoces del ordenador.
- Dime. Sabes que puedes contarme cualquier cosa.- claro, cualquier cosa que no sea sobre mi incómoda situación en Carnaval.
- Verás. Me gusta mucho una persona.
- Sí, claro. Tienes el mismo problema que aquél amigo que me contaste.- escribí entre risas recordando la vez que me pidió consejo para "su amigo".
- Bueno, el caso es que hablo poco con esa persona, sólo por chat o alguna que otra vez que nos encontremos por la calle.
- ¿Conozco a esa persona?
- Sí, sí. La conoces de sobra.- ¡Já! Yo... seguro que soy yo...- Por eso te pido consejo, porque sé que acertarás.
- Y, ¿cómo es?
- Inteligente, divertido, guapo... Es la persona perfecta.- estaba claro a quién estaba describiendo... ¡a mí!- Pero no sé que hacer, porque últimamente esa persona ha estado con gente que no se parece nada a mí. ¡Está tan fuera de mi mundo!
- Y, a pesar de que esa persona haya cometido errores... como en una fiesta de Carnaval, parece que no te importa.
- ¿Errores? ¿En Carnaval? - ¡Mierda!¿No soy yo?- No, no. Si ya te digo que le veo muy poco.
- Espera, espera... En vez de andarnos con rodeos, dime quién es y así especifico más mis consejos.
- ¿Realmente quieres saberlo? Nadie sabe quién es esa persona. Creo que podrías asustarte.
- ¡Dímelo! ¡Puedes confiar plenamente en mí!- además, así se ahorra el mal trago de tener que declararse en mi cara.
- Bueno, él es Hugo.

¿Cómo? ¿Qué? ¿Hugo? ¿Cespe?

- Tengo que irme a dormir. Mañana hablamos.- me despedí y me desconecté. No podía creerlo.

Capítulo 26

- ¿Qué pasa?
- Tía, que no puedo bajar en autobús.- mis ojos se abrieron como platos en cuanto María dijo esto.
- ¿Por qué? ¿Y el carnaval?
- Tranquila, tranquila. Tú súbete en el bus. Yo iré más tarde, ¿vale?
- ¿Estás segura? No me vayas a dejar tirada...
- No te preocupes, que yo llegaré sólo un poco más tarde.
Subí en el bus. Estaba nerviosa. Todo el mundo me miraba (claro, un pirata con el pelo verde acababa de colarse en su autobús). Seguramente, si María hubiese estado conmigo no me habría puesto al final del autobús, en la esquina más escondida para pasar desapercibida. Aún así sentía que la gente se giraba para mirarme y reírse de mi aspecto. Pero en el Carnaval todo cambiaría, allí no hay ridículos.
Llegué tras 35 minutos de solitario e interminable autobús. Bueno, solitario no. Los último quince minutos estuve acompañada por un "agradable" señor que no hacía más que toserme en la cara, así que di gracias a Dios en cuanto pisé tierra firme.
Eran las ocho de la tarde. Comenzaba a anochecer. Había muy buen ambiente: centenas de personas, incluso miles, disfrazadas bailando en la plaza del pueblo al son de la orquesta contratada para el festival. Y, ¿María? La llamé:
- ¡María! ¿Dónde estás?
- ¡He tenido problemas!
- ¿Cómo?- no lograba escuchar más allá del sonido de la música.
- ¡Que he tenido problemas! ¡Bajaré más tarde!
- ¿Más tarde? ¡María, aquí la gente ya empieza a estar borracha! ¡Creo que más tarde sólo habrá comas etílicos!
- ¡Tú espérame allí! ¿Vale? Intégrate y busca algún chico guapo.
Algún chico guapo... algún chico guapo. ¡Ahí! ¡Menudo grupo de boxeadores encontré! Debía hacer tiempo hasta que María llegara, así que me acerqué a ellos y les pedí bebida. No se me ocurría nada mejor, por lo que hube de tomarme varios vasos de sangría.
La cabeza me daba vueltas. Apenas podía recordar los nombres de aquellos boxeadores, pero lo que no olvidaría sería el momento en el que uno de ellos, probablemente el más feo, me sacó a bailar.
- Me llamo...- no recordaría su nombre. Había bebido mucho.
- Yo soy Ester, y no sé bailar.- me reí.
- Yo te enseño.- me agarró de la cintura, y comenzó a bailar a modo de vals el rock&roll que sonaba entonces.
- ¿No te estás acercando demasiado?- dije cuando noté que bajaba la mano más abajo de mi espalda.
- Tú no te preocupes. Baila.- y apoyó su cabeza sobre mi hombro.
Era feo y relativamente gordo, pero me hacía sentir bien mientras me enseñaba a bailar. Apoyé yo también mi cabeza sobre él, y aquél desconocido comenzó a besarme el cuello. ¡Qué pena que no estuviese aquí Vero para verlo! Quiero decir... ¡María! Pero a cambio, Cespe apareció y visualizó, aunque sólo un breve instante, la situación en la que me encontraba antes de seguir caminando.

Capítulo 25

Salí del hospital, aunque debía ir dos veces por semana a que los médicos me dijeran que no estaba todo claro, que había que hacer más pruebas. Pero no me preocupaba, María estaba conmigo.

No íbamos a la misma clase, pero en cuanto podíamos buscábamos el mínimo momento para estar juntas. Era mi confidente. Era mi amiga.

Hacía mucho tiempo que había decido olvidarme de Hugo, pero en ocasiones le encontraba y él trataba de esquivarme. Pensaba que estaba loca, como todo el mundo: se equivocaban. También había dejado de hablar con Cespe, pero los pájaros que María me había metido en la cabeza me hacían sentirme realmente atraída por él. Y, a pesar de lo que él me hiciera, como no contestarme a los mensajes o dejarme plantada a mi salida del hospital (sí, me prometió recogerme el día que salí del hospital y no apareció), María siempre le encontraba un punto bueno y me hacía reilusionarme de nuevo, no me permitía deprimirme.

Eran mediados de febrero, y yo por fin había recuperado mi vida normal, a pesar de que la normalidad de ésta fuera prácticamente nula. Pero había recuperado algo más importante: mi ordenador. Me pasaba horas y horas chateando, chateando con Cespe. Quizás él era la manera de distraerme y de olvidarme de Hugo.

Las seis de la tarde. No importa la hora, pero eran las seis de la tarde de un domingo soleado. Está científicamente comprobado que los domingos están hechos para quedarse en casa pegada al ordenador, y yo no iba a romper esa regla. Así que me senté frente a la pantalla y tecleé mi contraseña. Para mi desgracia, Vero era la única conectada por el momento y antes de que pudiera remediarlo ya había entablado una conversación conmigo:

- Hola.
- Adiós.
- ¡Espera! ¡Voy a ser breve!
- ¿Qué quieres, vívora?- sí, para mí era una vívora, y no tenía ningún reparo en hacérselo saber.
- María no es buena. Fuimos amigas, fue amiga de Cespe. Está sola, y está loca. Por eso estuvo en el hospital. Yo sólo quiero advertirte.
- Vale, pues ya me has advertido. Adiós, vívora.

En seguida tomé el teléfono y llamé a María. Esto debía saberlo. De nuevo Vero había traicionado por la espalda a alguien. La había tratado muy bien durante nuestra estancia en el hospital, y ahora la clavaba la puñalada.
María lo corroboró: "Vero tiene celos. Tiene envidia de ti. Siempre quiso ser como tú, y tener lo tuyo. Tuvo a Hugo, tendrá a Cespe".

Pero no iba a consentir que la vívora me quitase también a Cespe. Se acercaba Carnaval, y María y yo ya lo teníamos todo planeado.

Cespe me dijo que me llamaría cuando se encontrase en el Carnaval, así que, tras haber terminado la conversación con María, preparé orgullosa mi disfraz de pirata. Mis padres no me dejaban ir, decían que no era seguro, pero ellos no sabían nada. Me vestí y me pinté como una auténtica pirata pero, antes de salir, cogí un spray y me tinté el pelo de verde en honor a Hugo. Sería una pirata muy peculiar.

Estaba esperando en la parada del autobús cuando recibí la llamada de María.

Capítulo 24

Habían pasado ya cuatro semanas. Dos de ellas las había pasado inconsciente, otra la pasé a base de dosis y dosis de pastillas con las que los psicólogos pretendían curarme de algo tan impensable como mis ganas de suicidio, y la última... no estuvo nada mal.

Me trasladaron a una habitación compartida. Al principio no me hizo mucha gracia porque está científicamente comprobado que era muy pudorosa, pero a medida que conocí a mi compañera las cosas fueron mejorando.

Se llamaba María. La había visto varias veces merodeando por el instituto, tenía la misma edad que yo pero había repetido un curso. María tenía el pelo negrísimo, rizado y muy corto, tanto que a veces parecía un chico. Era una chica paciente, y sabía escucharme. Yo no conocía por qué razón estaba en el hospital, prefería no saberlo. Poco a poco comenzamos a tener confianza: empecé a hablarle de Hugo y de Vero, a los que ya conocía con anterioridad, y, por qué no, de Cespe.
Ella siempre me escuchaba atentamente, con los ojos como platos. Empatizaba muchísimo, tanto, que cuando Vero venía a visitarme y yo me hacía a la idea de que estaba muerta, Vero comenzaba a contarle sus problemas sin apenas conocerla. "Tiene un don", pensaba yo, y al momento me reía. Quizás así me libraba un poco de las tensiones del hospital.

Además, ya no me sentía sola. María era prácticamente la amiga perfecta, jamás me traicionaría.

Y, ahora hacía dos días que María se había marchado de la habitación, se había ido por fin a casa, aunque debía venir a menudo a una rehabilitación, pero era como si siguiese ingresada conmigo: se pasaba horas y horas que podría estar disfrutando con sus amigas tendida en el suelo del cuarto apoyándome en todo. Eso era una amiga, una amiga de verdad.

María se encontraba, como siempre, conmigo en la habitación enviándome música al móvil cuando me llegó un mensaje de Cespe. Quería quedar conmigo. Al leerlo las dos sonreímos, y más aún cuando recordé que Hugo no se había dignado a mandarme un mísero mensaje durante mis días hospitalizada.
Cespe... no estaba tan mal...

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Capítulo 23

Antes de empezar con el capítulo:
Desde que cambié la plantilla había gente que no podía comentar, por ello, he puesto una plantilla provisional para averiguar cuál es la causa. Por favor, votad en las encuestas y así podré saber por qué no podéis comentar.

El próximo domingo no podré escribir, así que el capítulo 24 lo escribiré a lo largo de esta semana.


No quería llorar. No quería enfadarme. Simplemente deseaba volver atrás en el tiempo y no haber nacido nunca. No se dieron cuenta de que les observaba.
Estaba paralizada en medio de la carretera mirando fijamente como Vero hacía suyo lo que siempre había querido para mí.
Algo comenzó a invadir mis oídos: el claxon de un coche. Tras de mí se abalanzaba el auto a una velocidad feroz. Quise correr y apartarme de la carretera, pero mis piernas no me dejaron. Sabía lo que iba a pasar, y en el fondo, no me importó. Cerré mis ojos y sonreí mientras que la última imagen que veía era a mi mejor amiga traicionándome como una vulgar vívora.

Mis ojos... me dolían los ojos... Una horrible luz apuntaba hacia ellos y no tuve más remedio que abrirlos para descubrir qué era lo que la desprendía. ¿Estaba muerta? Mierda, no lo estaba. Me percaté de ello cuando una señora comenzó a ajustar la luz que me cegaba, proveniente de un foco que ayudaba a otra mujer a inspeccionarme. Miré a mi alrededor y en seguida supe que me encontraba en la habitación de un hospital.
Tras investigar visualmente el cuarto, lo hicieron mis oídos. Aquéllo que se oía era mi padre gritando.
- ¡Y otra vez estamos aquí! ¡Parece que nuestro destino es instalarnos en este hospital, porque últimamente la niña se pasa bastante tiempo aquí! ¡Es una inconsciente! ¿A quién se le ocurre dejarse atropellar en la puerta de casa? Si quería suicidarse debería haberlo hecho más lejos, y así no le daría tiempo a llegar a la ambulancia.

¿Suicidarme? En ningún momento había pretendido eso. Junto a los gritos y quejas de mi padre podía distinguir los sollozos de mi madre. La cabeza me daba vueltas y apenas podía mover un solo miembro de mi cuerpo. Me incorporé lentamente y apoyé mi cabeza contra la almohada, movimiento que debería haber evitado, porque así no me hubiese encontrado a Vero sentada frente a mi cama.
Me miró, la miré, me sonrió y yo clavé aún más mi mirada vengativa sobre sus pupilas. La causa de todos mis problemas había ido a reírse de mí en mi propia cara. No dije nada, y ella en seguida supo que no quería que estuviese allí, pero no se movió.

- ¿Por qué me has hecho esto?- dije mientras maldecía su presencia. Mis padres se giraron raudos, y mi madre corrió hacia los pies de la cama para continuar llorando.
- Has cambiado Ester. Quería demostrártelo.- Vero estaba muy tranquila, se la notaba paciente y con ganas de explicarlo todo.
- No. Tú tienes envidia. Tú le quieres a él.
- Sólo quería enseñarte que Hugo no es como tú piensas, pero te aseguro que mi intención no era que reaccionases así.- ¿reaccionar?
- ¿Reaccionar? Yo no... yo jamás me suicidaría.- mi corazón empezó a latir rápidamente y agarré con fuerzas las sábanas.
- Ester, todo puede arreglarse. Desde que le conociste has cambiado radicalmente, y mira cómo has terminado.
- ¡Yo no he cambiado, Vero!- ¿por qué insistía tanto en ello? ¡Yo no había cambiado!- ¡Él me quiere y yo le quiero! ¡No he cambiado!

Recogí toda la fuerza que pude y me levanté insistentemente de la cama, pero al poner el primer pie en el suelo descubrí que la única prenda que cubría mi cuerpo era una bata verde de hospital. Verde... pegaba tanto con mis ojos ambarinos... pero Hugo ya no me lo decía. La ira me invadió, y con ella, mis brazos agarraron la bata desgarrándola gravemente y acabando con todo lo que yo había esperanzado. Pero él me quería. Estaba por segunda vez en un hospital, vestida de verde, abatida y con mis pupilas ambarinas empapadas en lágrimas de dolor. Pero él me quería.

- ¡No he cambiado! ¡Él me quiere!

Y me senté en el insípido suelo de la sala mientras destrozaba aquel horrible color que me había arruinado la vida. Mi padre corrió fuera gritando ayuda, mi madre quedó paralizada a los pies de la cama y Vero se sentó a mi lado, despacio, derramando discretamente una lágrima de compasión.

Pero estaba científicamente comprobado que él me quería.

Capítulo 22

Habían pasado dos semanas desde la fiesta. Vero y yo nos llevábamos mejor que nunca, y disfrutábamos juntas de las interminables horas escolares. De nuevo había hablado con Álvaro, al que no le había dirigido la palabra desde que me fui de casa de su novia. Y Hugo... apenas sabía de él. De cuando en cuando me enviaba un mensaje y yo me emocionaba; algunos decían que mientras yo no estaba él se veía con una rubia increíble, pero yo no hacía caso de ello, prefería vivir en la ignorancia. Desde luego, esas dos semanas habían sido completamente redondas, a pesar de que cada vez sentía a Hugo más lejos de mí.

Sí, redondas, perfectas, y más aún cuando me enteré de que Miguel Céspedes se interesaba por mí. Estaba enamorada de Hugo... ¿por qué me hacía ilusión que Cespe andase detrás mía? Además, las fuentes no eran para nada fiables. De todos modos, no iba a quedarme en cuarentena esperando a que Hugo se dignase a hablarme y mientras tanto dejar de lado al pobre Cespe, así que, durante esos quince días mantuve alguna que otra conversación sin importancia con él.

Un día, (no importa cuál), al llegar a casa después de una interminable jornada escolar y tras quitarme la ropa para ponerme algo más cómodo (el verde comenzaba a cansarme y a hacerme daño a los ojos) me conecté inocentemente al chat. Y allí, conectado estaba él. No tenía demasiadas ganas de hablar, pero era demasiado tarde: Cespe ya había comenzado una conversación conmigo:

- ¡Hola, guapa! ¿Qué tal?

- Hola, hermoso. Muy bien.

- Oye, le pedí a una amiga tuya tu número de teléfono. ¿Te importa?- ¿Que si me importa? ¡Será descarado!

- No hombre no, como me va a importar... ¿Qué haces?

- Pues, hablando con una preciosidad.- ¿Descarado? Descarado, no, ¡lo siguiente!

- Ja, ja.- noté como mis mejillas se iban coloreando.

- Y viendo las fotos de tu chat. Sales preciosa, me encantaría poder tener una contigo.

- ¡Pues puedes!- ¿Cómo podía haber escrito eso? ¿Se me había ido la cabeza?

- Podríamos quedar un día y hacernos la foto.

- ¡Por supuesto!- todo estaba planeado: simplemente, le iría dando largas hasta que se le pasase la obsesión al niño.

- Oye, ¿puedo pedirte un consejo? Creo que después de tantas conversaciones contigo puedo confiar en ti.

- Dime.

- Tengo un amigo al que le gusta una chavala y no se atreve a decirle nada, es muy tímido.- ¡Al loro! ¡Qué truco más patético! Espera, espera... se refiere a... ¿él?- Todo empezó desde que la vio en el autobús...

¿Cómo? ¡Era él! Cespe era el chico que vi aquel deprimente día... Todo estaba prácticamente claro: se refería a nosotros.

- Quizás tu amigo debería quedar con ella, y sin andarse con rodeos... ¡zas! algo rápido y de sopetón. Tan rápido, que no la dé tiempo a pensar.

Mi pierna comenzó a moverse rapidísimo a causa del nerviosismo que había ido adquiriendo según avanzaba la conversación. Entonces, sentí la llamada de la tila. Los nervios se apoderaron de mí, y abandoné el chat tras ver el último mensaje de Cespe: "recuerda que tenemos algo pendiente".

Mientras me tomaba la tila, cogí mi teléfono móvil para llamar a Vero, pero ésta no lo cogió. Supuse que estaría en su casa, así que, tomando la decisión más errónea de mi vida, salí a toda velocidad por la puerta del jardín. Al doblar la esquina de la calle, el color verde se volvió negro, mis ojos ambarinos se llenaron de lágrimas y yo, simplemente me quedé en medio de la carretera descubriendo que la increíble rubia con la que Hugo salía a menudo y con la que estaba intercambiando saliva era aquélla en la que había confiado, a la que había dado una segunda oportunidad, aquélla que renegaba del chico al que estaba besando, aquella vívora que me había arruinado la vida: Vero.

Capítulo 21

¿Fiesta en la piscina? Podría estar bien. Estar en los dominios de Vero no me hacía ninguna gracia, pero sus fiestas eran siempre un éxito y quizás podría desconectar del mundo y hablar con gente decente. Decididamente, iría.
Abrí el cajón y busqué el bikini ideal para el último bañito del año. Entonces mi mano atrapó aquel bañador de flores tropicales con el que había conocido a Hugo apenas tres meses antes. No pude evitar derramar una lagrimilla. ¿Por qué estaba sufriendo? ¿Por qué por Hugo? Miles de preguntas retóricas invadían mi cabeza mientras me ponía el bikini. Miles de preguntas sin respuesta que me atormentaban más y más.
Me froté la cara y me recompuse para ir lo más decente posible a la fiesta.
Tras haber caminado durante diez minutos llegué a la casa de Vero. La puerta estaba abierta de par en par, y dejaba entrada libre al jardín a cualquiera que pasara por la calle. La tarde se resumiría en millones de besos a personas que tan sólo conocía de vista, hasta que tuve que saludar a Vero.
- ¡Hola, Ester! Bienvenida.
- Hola. - la di dos besos y me dispuse a irme, pero Vero me agarró.
- No me hagas esto. Te echo mucho de menos. Tú estás sola. Yo estoy sola. Apenas conozco a nadie de los que ocupan ahora mi jardín, lo hice simplemente para engañarme a mí misma y sentirme acompañada. Tú no hablarás con nadie, yo tampoco. Hagámonos compañía.- era verdad. No sabía realmente por qué había ido. Estaba claro que sería horrible: me sentiría sola, estaría sola, simplemente desearía tener un letrero luminoso en la cabeza para que alguien se percatase de que yo estaba tras el gran círculo de amigos sonriendo de algo que no entendía.
- Vale.
- ¿Vale? Ester... te echo de menos. Por favor, podemos intentar llevarnos bien. - y abrió los brazos y yo no me pude resistir, la abracé. Fue un abrazo tan... profundo. Realmente lo necesitaba.
Las siguientes dos horas transcurrieros con normalidad, al lado de Vero, como siempre lo había hecho, como amigas. Yo también la había echado de menos, pero mi orgullo me impedía mostrárselo.
Había bastante gente en la piscina, había prácticamente más personas que agua. Por eso, cuando él llegó, yo estaba sentada en una tumbona conversando con Vero, que distraída prestaba más atención al jolgorio de la piscina que a mi palabras. Al principio no me di cuenta, pero después descubrí que Miguel Céspedes se acercaba poco a poco hacia mí, disimuladamente. Finalmente, cuando hube desistido de hablar con nadie, Cespe me cogió por los hombros y me hizo fingir que me había sorprendido con ello.
- ¡Hola! - y me dió dos besos.
- Hola, Miguel. ¿Qué tal?
- Muy bien, aquí con los amigos. - dijo con una amplísima sonrisa. - ¿y tú?
- Aquí con las amigas. - y finalizó la conversación. Él se marchó mientras se quitaba la camiseta.
Entonces me giré hacia Vero, que sí que estaba sorprendida por la aparición de Cespe.
- Ester, ¿qué te pasa?- me preguntó al ver que no era capaz de dejar de mirarle.
- Tía, tengo un problema.
- ¿Cuál?
- Mi problema tiene dos brazos, dos piernas y sus brazos son como piernas.
Y Vero no falló en su diagnóstico: Cespe me había llamado peligrosamente la atención.

¡AYUDA!

Bloggeras, necesito vuestra ayuda:
¡No soy capaz de poner una plantilla decente!
Os expongo mi problema: descargo una plantilla de internet, sigo todas las instrucciones, la pongo en mi blog y, ¡pum! ¡me desaparecen los seguidores y nadie puede seguirme más! (menos mal que todas las pruebas las hice en un blog para ello...)
Si alguna pudiese ayudarme lo agradecería muchísimo. He probado de todo, preguntado, investigado, y nada. ¿Por qué a los demás les sale y a mí no?
Muchas gracias y... ¡RECOMENDADLO!

Capítulo 20

Una vez hube llegado a casa sin incidencias me entraron unas ganas terribles de conectarme al chat. ¿Por qué? Supongo que por comprobar qué hacía Hugo.
Eran las once de la mañana, no habría nadie conectado, pero desde que conocí a Hugo en aquel chat era un poco adicta a él.
- ¿Una petición de amistad?- Me sorprendí.- ¿Miguel Céspedes?- ¿Quién era "Miguel Céspedes"? Había oído su nombre, eso seguro.
De repente se me encendió la bombilla: sexto de primaria en el cole del pueblo, un niño alto, fuerte y guapo, de ojos simples y marrones pero originales ya que sus gruesas cejas le daban un toque interesante... ahora, primero de bachillerato, va a un instituto privado, un chico alto, fuerte y guapo, de ojos simples y marrones que se caracterizan por su estrechez, lo que le hacía realmente misterioso, y sus cejas... tan características. ¡No había cambiado en absoluto!
Yo jamás había tenido una estrecha relación con Cespe (sí, siempre le llamaron así). Tan sólo nos veíamos cuando yo subía calle arriba hacia la parada del autobús y él salía de su casa para, en sentido contrario al mío, para tomar un autobús en una parada diferente. Jamás nos habíamos saludado... ¿por qué, entonces, me agregaba al chat?
Un mensaje:
- Hola, guapa, ¿qué tal?
- ¡Hola! Bien, ¿y tú?
- Muy bien. ¿Qué tal la entrada de curso, vecina?- ¿Vecina? Por favor... nos separaban cuatro calles. Es más, ¿por qué me hablaba como si me conociese de toda la vida? Y lo más importante, ¿por qué yo le estaba dando coba?
- Bueno, era demasiado larga, me fui en seguida. ¿Cómo fue la tuya?
- Muy bien. Terminó pronto.
- Me marcho a comer. ¡Hasta luego!
Desconexión.
¿A comer? ¿Cómo pude ser tan tonta? ¡Apenas eran las once y media de la mañana! Menuda excusa... De seguro, evitaría todo contacto con él en el chat, algo me olía mal.
Entonces algo empezó a vibrar en mi bolsillo. Vero me estaba llamando, así que colgué en seguida. Pero no se iba a rendir hasta que cogiese el teléfono; con lo cual, mientras me desvestía y me ponía ropa más cómoda (evidentemente, un suéter verde) descolgué el móvil.
- ¿Qué quieres?- dije con ganas de discusión.
- ¿Por qué te has ido? Tenías mucha ilusión por la presentación de la clase.- contestó Vero dulcemente.
- ¿Por qué apareciste en mi vida? Déjame en paz.
- Quizás porque alguien tenía que protegerte y sacarte de cada lío en que te metes.
- Hugo no es ningún lío.
- ¿Le quieres?
- ¡Por supuesto!
Y, antes de colgar, Vero añadió: "mañana hay cena en mi piscina, no tienes que estar conmigo, sólo ven y relaciónate".
Allí me quedé, pensativa. Rozando con una mano el suéter contra mi cara, con la otra, sujetándo el teléfono móvil, y mi mente, inventando absurdas fantasías sobre aquel chico del chat.

¡Nieve!

Chicas, como muchas sabréis, está nevando en cantidades industriales.
Donde vivo yo se ha ido la luz, y con ella la telefonía, internet...
Acabo de recuperarlo, y a estas horas de la noche no se si podré escribir.
Lo intentaré, lo prometo, y si no me diese tiempo el capítulo estaría mañana sin falta.
De verdad, lo siento muchísimo. Últimamente siempre ocurre algo para que no pueda escribir. Impuse los domingos como día de actualizaciones para escribir con frecuencia, y parece que no me da resultado.
Sé que estaréis enfadadas, (yo también lo estaría) pero pido por favor que me entendáis porque se están dando unas circustancias que, de verdad, no quisiera que perjudicasen tanto a la actualización del blog.
Lo siento mucho.

Capítulo 19 + vuelta al negro

¡¿Cómo?! ¡Ni pensarlo! No me iba a sentar al lado de esa...
Empecé a recoger mis cosas mientras miraba a "esa" de reojo, y una vez que hube terminado me colgué la bandolera sobre mi hombro y empujé su silla hacia el pupitre, abriéndome paso bruscamente para poder pasar.
- ¿Dónde vas?- dijo el profesor con cara de asombro.
- A algún lugar donde no tenga que compartir sitio con un piojo.
Abrí la puerta muy dignamente, y muy dignamente di un portazo. Ahora todo el mundo se había fijado en mí, estaba orgullosa.
Era la primera vez que me escapaba de cualquier clase: jamás había hecho pellas, y desde luego nunca me había marchado del aula de aquella forma, pero esa era la única manera de hacerme valer.
Recorrí el interminable pasillo pisando fuerte: que todo el mundo supiera que era yo quien se había enfrentado a toda una clase y se había marchado sin permiso.
Salí del instituto e inspiré fuertemente el aire fresco. Me sentía libre. Me recoloqué mi bandolera y saqué de ella mi móvil para mirar la hora: apenas eran las nueve. ¿Qué hacer? Estaba en un pueblo que no conocía demasiado, en horas de clase, cargada con la mochila. De repente, el sentimiento de libertad se convirtió en vacío, soledad. Anduve unos metros hacia una calle cortada, que constaba de un camino de tierra marcado por la fachada de dos casas blancas y viejas; al final del camino había un seto. Está científicamente comprobado que estar cerca de arbustos y setos tan olorosos como el que yo tenía al frente me daba alergia, pero no encontré un sitio mejor.
Me senté despacio en la arena, apoyada en una de las paredes justo al final de la calle, colocando mi mochila junto al seto. Saqué mi móvil de nuevo, y busqué en la agenda el número de Hugo. Sabía perfectamente cuál era su número, lo había aprendido el día que lo conocí en el chat, pero no quería escribirlo.
Un tono... dos tonos... seis tonos y nada, Hugo no contestaba a mi llamada. ¿Qué estaría haciendo? Hugo no estudiaba, ni trabajaba. Me quedé pensativa durante un momento, pero reaccioné y reproduje con mi móvil esa canción que sólo yo conocía... esa canción que sólo escuchaba en los malos momentos, y que los transformaba en momentos peores. Ni siquiera hubo una lagrimilla de advertencia: de repente empecé a llorar en silencio. "Alergia al maldito seto", pensé. Una a una fui derramando lágrimas hasta que, al rozarme la cara con la mano, descubrí que todo mi maquillaje se había expandido, así que cogí de mi bandolera una camiseta que tenía preparada para la hora de educación física. Esa camiseta pronto transformó su color verde por el negro de mi maquillaje. Verde... Hugo... ¿por qué no contestaba? Llamé una y otra vez pero no hubo respuesta.
Así transcurrieron dos horas hasta que, una vez calmada, me levanté, guardé mi móvil y la camiseta en la mochila y me dirigí hacia la parada del autobús para volver a casa mientras me frotaba la cara para que nadie notara que había llorado.
- Un billete.- indiqué al conductor del autobús. Y me senté atrás del todo, apoyada en la ventana junto a dos hombres que no me inspiraron ninguna confianza. El autobús comenzó a moverse lentamente mientras yo miraba a la gente de la calle. Qué tierno: una madre con su hijo, una pareja de enamorados, un abuelo dando de comer a las palomas... lloré, y los hombres de mi lado me miraron raro, pero no tan raro como aquél chaval que me observaba desde la calle. ¿Quién era? Juraría haberle visto más de una vez.

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