Era tan... especial.
Separé mis labios de los suyos y miré al suelo mientras él me acariciaba la cara. Sus suaves manos recorrieron primero mi rostro, despacio, bajaron después por mis hombros y finalmente acariciaron mis brazos mientras un leve escalofrío invadía mi cuerpo. Entrelazamos nuestros dedos y yo apoyé mi cabeza sobre su pecho. Tan romántico, tan perfecto... era como un sueño. Todas las chicas desean esto: un beso especial, con sus caricias, con cariño, pero prácticamente ninguna lo consigue: apenas obtiene un beso brusco, mientras la lengua de su pareja le atraviesa de lado a lado la garganta y sus manos agarran fuertemente su trasero.
Pero mi momento no era así. Sentía... que había ganado. El beso que Vero siempre quiso tener y jamás tuvo lo había vivido yo. Ella tenía que conformarse con Álvaro, que sí, era guapo y muy simpático, pero que jamás llegaría a ser como Hugo. Seguramente mi vida cambiaría, todo el mundo querría estar en mi lugar.
Volví al mundo real. Separé mis manos de las de Hugo y me aparté, quería verle la cara. Esa tarde estaba guapísimo: llevaba el pelo de punta y una camiseta verde, ajustada. Sus ojos grises reflejaban toda la belleza que también tenía en su interior.
- ¿Nos vamos?- dije yo, percatándome de que Vero nos observaba desde la ventana de su cuarto, aún con lágrimas en los ojos.
- Donde y cuando tú quieras. - contestó él, sonriendo.
Me acercó al él y me agarró de la cintura mientras yo, con mi mano izquierda, me apoyaba en su hombro acariciándole el cuello y, con mi mano derecha, levantaba el tercer dedo en dirección a Vero que, al verlo, gritó y de nuevo golpeó la pared.