Que no me enfadara... A ver, analicemos la frase: "Álvaro y yo estamos juntos" ¿Pero como quieren que no me enfade? Vero y yo nos contábamos todo, absolutamente todo, y me había ocultado algo tan importante.
Les miré, me miraron. Álvaro se mostraba preocupado mientras que Vero hacía una mueca a la vez que ladeaba la cabeza. Entonces me di cuenta: había estado más atenta de Hugo que de mis mejores amigos, les había ignorado por completo. Aun así no sabía como reaccionar.
- ¿Te parece bien?- djo Vero recolocando la cabeza
- Sí... ¿porque iba a parecerme mal?- Vero corrió hacia mí y me abrazó, y automáticamente llamamos a Álvaro para que se uniera al abrazo. Me encantaban los abrazos en multipropiedad.
- ¿No estás enfadada?- preguntó Álvaro intentando retirarse, aunque no se lo permitimos.
. ¡Claro que no!
Por fin nos soltamos y comenzamos a deshacer mis maletas. Me encontraba feliz, pero era una felicidad extraña, aún no lo había asimilado. Pasamos el resto de la tarde jugando al Monopoly; a mi no me gustaba en absoluto ese juego, pero hizo que me olvidara momentáneamente de Hugo, momentáneamente, porque ahí estaba Vero para recordármelo:
- Salimos esta noche.
- ¿Es una pregunta?- dije
- No, es una orden.- añadió Vero entre risas.- Hemos quedado con Hugo, para salir en parejitas.
- Vero, no. Acabamos de...
- Me da igual, tú te vienes con nosotros y te lo pasas bien.
No tenía otra alternativa, ir o ir.
Llegaron las nueve de la noche y echamos a Álvaro de la casa. Teníamos que arreglarnos, y no era plato de gusto tener a un chico mirando nuestro cambio radical. Le sacamos tan rápido de la casa que no supo que había ganado al Monopoly.
Vero se sentó a pintarse, yo mientras la planchaba el pelo. Era tradición. Mientras una se maquillaba a sí misma la otra la arreglaba el pelo. Quería saber más sobre a relación de Álvaro y Vero, les veía como mi amigo y mi amiga, no como pareja, así que, mientras alisaba con cuidado su rubio cabello la pregunté:
- ¿Y desde cuando estáis juntos?
- Desde aquella noche en el parque...
- Ah... aquella noche...
- ¿Por qué? Nunca has bebido.
- Lo único que sé es que fue a la vez la mejor y la peor noche de mi vida.
Nos callamos. Vero estaba guapísima. Su reflejo en el espejo era el reflejo de una diosa. Se levantó y me senté yo frente al espejo para cambiarnos los papeles. No me veía igual; había adelgazado mucho en el hospital y me veía demasiado demacrada.
- Vero, yo no soy guapa. Hugo es tan... y tantas chicas preciosas le persiguen. Mírame, en cambio yo soy la que pasa desapercibida, la que baja la cabeza cuando un chico se acerca y la que se esconde bajo la tierra cuando hay problemas; en cambio él...
- En cambio él te besó, y lo que tienes que hacer es ponerte más guapa de lo que eres y enamorar a Hugo.- me sonó tan convincente...
Vi como poco a poco mi aspecto iba cambiando; no era una diosa, pero al menos lo parecía. Dejé mi larguísimo cabello moreno suelto, aunque me recogí el flequillo hacia atrás con varias horquillas y varios kilos de laca. Después comenzamos a rebuscar en el armario algo decente con lo que vestirnos. Vero sacó miles y miles de vestidos de todos los colores mientras yo la miraba.
- Vero...
- ¿Qué?- dijo mientras continuaba sacando prendas.
- Verde.
- ¡No, Ester! ¡Verde, no!- Vero se giró hacía a mí y me fulminó con la mirada. A continuación me enseñó un vestido plateado y negro, el vestido más precioso que jamás habría visto en el interminable armario de Vero.- Éste, y si no te gusta, pues te vas en bragas.
- Vale, éste, éste.
Aún nos estábamos calzando cuando oímos gritar a alguien en la calle: era Álvaro, por fin había llegado a recogernos. Me puse los tacones más altos que encontré y me volví a mirar en el espejo: era yo, era yo con un rostro triste y sin vida, algo que ni el más caro de los maquillajes podía solucionar, sólo podía solucionarlo yo, así que, duramente, dibujé en mi cara una sonrisa que me hizo sentir realmente mejor. Cogí de la mano a Vero y tiré de ella para bajar rápido por la escalera de caracol.