Me tiré sobre la cama y suspiré profundamente, entonces, puse mis manos entre la almohada mi y cabeza mirando al techo y mis ojos ambarinos reflejaron en él la tierna imagen de Hugo. Suspiré nuevamente. Había sido una tarde maravillosa, había conocido al chico perfecto. Había conocido a mi príncipe.
De repente, un zumbido invadió la tranquilidad de mi cuarto y me sobresaltó. Metí la mano en mi bolso y saqué mi móvil. No...¡no!
- ¡Sí!- grité. Al momento me tapé la boca con la mano y me callé. Eran más de las tres de la mañana, mis padres estarían dormidos.
Volví a mirar el teléfono para cerciorarme de que era cierto. ¡Me había mandado un mensaje y hacía apenas media hora que nos habíamos visto.
Decía que quería volver a salir conmigo, el próximo sábado. ¡Claro que sí! El único inconveniente era el tener que esperar tanto tiempo como son seis días para verle.
No tenía sueño. Quería seguir pensando cómo sería el sábado siguiente, pero no debía hacerlo, porque está científicamente comprobado que si imagino cómo va a ser algo no se cumple. Así que puse a mi móvil los cascos y reproduje una y mil veces la misma canción tranquila pero profunda que siempre me hacía llorar a escondidas. Así, me quedé dormida.